Comunicación/Educación

Textos de la Cátedra de Comunicación y Educación

Nombre: jorgehue
Ubicación: Argentina

01 mayo 2008

Peter McLaren: Sobre la subjetividad

Extracto seleccionado del capítulo “Desde los márgenes: Geografía de la identidad, la pedagogía y el poder” incluido en Peter McLaren, Pedagogía, identidad y poder, Santa Fe, Homo Sapiens, 1998.


La pedagogía radical, tal como se ha estado desarrollando tanto en Inglaterra como en Estados Unidos durante la última década, se ha basado intensamente en formas particulares de la economía política, la ideología crítica y la crítica cultural. Su principal tarea -y su logro importante- es que ha desafiado lo que en un sentido lato podríamos llamar la ideología de la teoría educativa tradicional y su práctica. La investigación educacional tradicional intentaba la paradójica proeza de despolitizar el lenguaje educativo, reproduciendo y legitimando mientras tanto la autoridad política y cultural de los grupos dominantes. En oposición a los intentos tradicionalistas de eliminar teóricamente cuestiones importantes con respecto a las relaciones que obtienen poder y dominación dentro del conocimiento, los teóricos educacionales críticos pudieron desarrollar nuevos lenguajes teóricos y modalidades críticas para sugerir que las escuelas eran principalmente (aunque no exclusivamente) agencias de producción social, económica y cultural. En el mejor de casos, la escolaridad pública ofrecía movilidad limitada a los miembros de las clases subordinadas pero, en el análisis final, servían primordialmente como poderosos instrumentos de reproducción de las relaciones sociales capitalistas y de las ideologías legitimadoras dominantes de los grupos dirigentes.

A pesar de su éxito en el desarrollo de agudos análisis teóricos y políticos de la escolaridad, la teoría radical educacional radica padecía algunos serios defectos, el más significativo de los cuales era su incapacidad de ir más allá del lenguaje de la crítica y de la dominación. Es decir, los educadores radicales quedaron empantanados en un lenguaje que ligaba a las escuelas primordialmente a las ideologías y prácticas de la dominación. En este enfoque, las escuelas eran consideradas casi exclusivamente como agencia de reproducción social, productora de trabajadores obedientes para el capital industrial. Los radicales en general descalificaban el conocimiento escolar considerándolo una forma de ideología burguesa y con frecuencia describían a los maestros como atrapados en un aparato de dominación que funcionaba con inexorable precisión y ritmo inalterable.

Por supuesto, el modelo reproductivo de la escolaridad se hizo cada vez más sofisticado con el transcurso del tiempo. Los teóricos críticos lo usaron para explorar el rol que las escuelas han desempeñado en la acumulación del capital, la legitimación ideológica y la producción de conocimiento necesario para llevar adelante las crecientes demandas de una sociedad capitalista cambiante. Pero aunque la teoría fue ampliada hasta abarcar un conjunto de preocupaciones más amplias tales como las relaciones de género y la economía política editorial, su lógica subyacente no cambió. Todavía proporciona un modelo en el que todo opera dentro de y como respuesta a la lógica del capital. Dicho en palabras simples, la teoría reproductiva de la escolaridad se ha convertido en algunas instancias en un modelo reactivo de análisis, en un modelo que recurrentemente simplifica en exceso la complejidad de la vida social y cultural. En última instancia, ignora la necesidad de crear un discurso teórico que trascienda los imperativos de la posibilidad dentro de las existentes configuraciones de poder capitalista. El mayor defecto de esta posición ha sido impedir a los educadores de izquierda el desarrollo de un lenguaje programático en el cual puedan teorizar para las escuelas. En cambio, esos educadores radicales han teorizado primordialmente acerca de las escuelas. Al escribir sobre las escuelas como agencias de dominación, no se han preocupado por tratar de construir enfoques nuevos y alternativos de la organización escolar, los curriculum y las relaciones sociales en el aula.

La teoría educacional radical ha sido afectada por algo más que el peso del lenguaje de la crítica. Tampoco ha logrado explorar y desarrollar una cantidad de preocupaciones importantes que son centrales para una teoría crítica de la escolaridad. Primero, como, grupo, no hemos logrado desarrollar una filosofía pública que integre los temas del poder, la política y la posibilidad con respecto al rol que las escuelas podrían desempeñar como esferas públicas democráticas. La mayoría de los teóricos educacionales radicales se han quedado tan atrapados en la descripción de la realidad de las escuelas existentes que no se han ocupado de la cuestión de cómo deberían ser esas escuelas. Al carácter de una visión sustantiva, casi todos los teóricos radicales han ignorado la tarea de desarrollar los cimientos de una filosofía pública progresista como referente para la reconstrucción de las escuelas como esferas públicas democráticas. En este caso, los educadores no han construido un discurso programático para proporcionar a los estudiantes el conocimiento, las capacidades y los valores que necesitarán, no sólo para articular sus propias voces, sino para entender sus voces y para estimular a los estudiantes a transformarse en agentes sociales colectivos.

En segundo lugar, los teóricos educacionales radicales, como grupo, no han intentado desarrollar una teoría ética que pueda justificar nuestro propio lenguaje o legitimar las prácticas necesarias para defender una visión particular de aquello en lo que las escuelas pueden convertirse. Atrapados dentro de la paradoja de demostrar indignación moral sin los beneficios de una teoría ética y de moralidad bien definida, no hemos podido pasar de una postura crítica a otra de visión sustancia. Estamos en terreno pantanoso con respecto a los principios éticos que informan ese discurso. Rara vez hemos discutido cuáles podrían ser los referentes morales para defender ciertas prácticas sociales y culturales, ni tenemos tampoco un sentido claro de cuáles valores sociales debemos defender en nombre de una visión emancipatoria de la escolaridad.

En tercer lugar, la teoría educacional radical no ha podido analizar las escuelas como sitios activos que producen y legitiman formas de subjetividad y modos de vida privilegiados. No hemos logrado analizar la manera en que las subjetividades son producto de la educación, la manera en que el poder organiza el espacio. El tiempo y el cuerpo, la manera en que el lenguaje se utiliza tanto para legitimar como para marginar diferentes posiciones subjetivas, o la manera en que el conocimiento no sólo mistifica sino que funciona además para producir identidades, deseos y necesidades. En efecto, tal como lo ha señalado Philip Corrigan (1987), no hay en la teoría educacional radical ningún discurso moral y político que interrogue sobre la manera en que las formas sociales existentes estimulan, alteran, invalidan, diluyen, marginan, hacen posible o sostienen diferentes capacidades humanas que amplían las posibilidades de los individuos de vivir en una sociedad y en un mundo verdaderamente democrático y afirmador de la vida.

En cuarto lugar, la teoría educacional radical ha desvalorizado la importancia de redefinir el verdadero rol que los maestros podrían desempeñar como críticos e intelectuales comprometidos, tanto en el aula como miembros de un movimiento de cambio social más amplio. Se ha trabajado en torno a los maestros, pero no se los ha incluido –al menos parcialmente- como agentes auto-determinantes del cambio político y pedagógico. Por ejemplo, rara vez hemos tratado el rol que los maestros podrían desempeñar en alianza con los padres y otros como parte de un movimiento educacional y socio-político más amplio. Esas alianzas entre maestros y padres de niños negros, latinos y blancos de bajos ingresos se difundieron mucho durante la era Reagan-Bush. Por ejemplo, en Chicago los padres se unieron a los maestros para crear la asociación Parent Equalizer, encabezada por Dorothy Tillman. Como consecuencia de este movimiento, cientos de padres fueron educados sobre el funcionamiento del sistema escolar, acerca de la manera en que pueden involucrarse activamente en las escuelas y de cómo ser elegidos para actuar en distintos niveles de las juntas directivas. Estos padres se libraron del Mastery Learning Readding Program, crearon los consejos locales para el mejoramiento de las escuelas, y han desempeñado un rol activo en el estímulo de las críticas a las escuelas y la reforma educativa. Este es exactamente el tipo de movimiento que los teóricos educacionales radicales necesitan tomar en cuenta cuando escribimos acerca de las escuelas actuales y del rol de los maestros. Debemos estar atentos a los signos de cambio potencial en las escuelas, en dirección a una democracia más grande.

Lenguaje y realidad: soportes conceptuales

Para tratar algunos de los problemas que hemos subrayado en la sección anterior, deseamos concentrarnos en la necesidad de un lenguaje teórico más abarcativo, capaz de concebir a las escuelas como sitios complejos que no pueden entenderse solamente dentro de las modalidades de reproducción de la teoría de la resistencia. Parte del proyecto de transformación de nuestra compresión de las escuelas es la manera en que hablamos incluso sobre el proceso mismo de escolaridad. Esto, a su vez, involucra una lucha sobre el vocabulario teórico y ético que empleamos para analizar la manera en que las escuelas funcionan en nuestra sociedad. Deseamos alegar que el propósito de desarrollar un lenguaje crítico de la escolaridad no es describir el mundo de manera más objetiva, sino crear un mundo más poderoso éticamente que induzca una mayor conciencia de la manera en que puede movilizarse el poder para lograr la liberación humana. La teoría crítica educacional necesita un lenguaje que entienda cómo se produce la experiencia, cómo se legitima y cómo se organiza en tanto aspecto central de la pedagogía. Debemos examinar el lenguaje y su producción en tanto forma de argumento histórico; lo que es más, necesitamos un lenguaje que sea crítico con respecto a sus propios mecanismos de autoridad. El lenguaje de la educación crítica al que aspiramos en uno en el cual la diferencia sea considerada como sitio de afirmación tanto como de reconstrucción, como una práctica crítica negociada y compleja en la que la posibilidad de una vida pública democrática se convierta en referente central, tanto de la crítica como de la posibilidad.

Para entender mejor la escolaridad como un proceso culturalmente complejo, la empresa política es reconocer la naturaleza social del lenguaje y su relación con el poder y con las formas de conocimiento. Esta relación es crítica para entender las limitaciones de la manera en que actualmente interpretamos el rol de la escolaridad dentro de nuestra sociedad. Pero antes de explorar este tema, es importante saber algo acerca de la manera en que funciona el lenguaje como mediador y como factor constitutivo de aquello que consideramos es la realidad. El primer punto que queremos acentuar es que el lenguaje constituye la realidad en vez de meramente reflejarla. En este caso, el lenguaje no se conceptualiza como una ventana transparente hacia el mundo sino más bien como un medio simbólico que moldea, refracta y transforma activamente al mundo. Es decir, el lenguaje es el medio primario a través del cual se construyen las identidades sociales, se asegura la hegemonía cultural y se designa la práctica emancipatoria sobre cuya base se actúa (Fraser, 1992), El lenguaje no es un conductor hacia un inmutable orden de coherencia y estabilidad, sino que es un agente generativo de la realidad que el mismo evoca y con la cual habla. Es el arche sycope, lo cual significa que el lenguaje es siempre distorsionante y distorsionado; invita a una variedad de interpretaciones y lecturas más que resistirse a ellas (Parker, en imprenta). Desde este enfoque, el conocimiento es una construcción social. Lo que significa que el mundo que habitamos como individuos está simbólicamente construido por la mente (y el cuerpo) a través de la interacción social y depende fuertemente de la cultura, el contexto, la costumbre y la especificidad histórica (McLaren, 1988, 1989). Lo que esto significa, según Richard Brown, es que debemos abandonar la bifurcación entre lo literal y lo objetivo y lo metafórico, lo simbólico y subjetivo, Brown (1987, p. 118) ha señalado que “las realidades a las que se refieren los símbolos también son símbolos –es decir, son concebidas por actores humanos y dentro de algún encuadre de visión compartido”. Para Brown, al igual que para nosotros, esto sugiere que las palabras no son signos para las cosas, sino más bien las cosas son signos para las palabras, ya que no existe una realidad social que no sea experimentada por medio de una matriz social de discurso. Aunque el lenguaje no es la única fuente de la realidad (es evidente que existe un mundo no discursivo fuera del lenguaje), es en gran parte a través de él que se crea un sentido.

Esto significa que no hay ningún mundo ideal, monolítico, autónomo, prístino ni aborigen que pueda ser entendido fuera de la naturaleza social del lenguaje y al que nuestras construcciones sociales correspondan necesariamente. Siempre hay un campo referencial en el que se sitúan los símbolos, y este campo referencial particular (es decir, el lenguaje, la cultura, el lugar, el tiempo) ejercerá influencia sobre la manera en que los símbolos generan significado. Tal como lo ha señalado Bakhtin (1981), el lenguaje está siempre poblado por los significados de otras personas, ya que siempre está “traspasado de acentos e intenciones” (p.293). En consecuencia, el lenguaje es incalificablemente subjetivo. El lenguaje marca al mundo como una presencia social que nunca es neutral ni deja de ser problemática. El lenguaje no refleja una imagen impecable de la sociedad “de allá afuera”; cualquiera sea la imagen o el objeto o el acontecimiento que pretenda expresar, siempre lo hace por medio de la refracción y la distorsión. Esto no implica afirmar que el conocimiento es siempre falso sino más bien que nunca es completo. Podemos decir, por lo tanto, que el lenguaje produce particulares compresiones del mundo, es decir, significados particulares.

Cuando el significado se produce por medio del lenguaje irreflexivamente al punto de quedar sedimentado en el conocimiento que es sentido común -lo que llamamos ideología- tiende a enmascararse como “verdades fijas” o “hechos existentes” con respecto al mundo social, como si esos hechos fueran inmunes a las relaciones particulares de poder o a los intereses materiales. El lenguaje, sin embargo, siempre está situado dentro de la ideología y las relaciones poder/conocimiento que gobiernan y regulan el acceso de comunidades interpretativas particulares a prácticas específicas del lenguaje. Y esto ocurre también con el lenguaje que nosotros, como educadores, empleamos con el propósito tanto de entender teóricamente nuestro propio trabajo con los estudiantes como de enseñarles. El significado de cualquier acontecimiento o experiencia sólo está a nuestro alcance por medio del lenguaje seleccionado por la comunidad interpretativa en particular con el deseo de hacer inteligible esos acontecimientos y experiencias. El lenguaje siempre se localiza en los discursos o familias de ideas y el espectro de discursos es siempre limitado “selectivo”, ya que la cultura dominante ha legitimado y ha vuelto aceptados ciertos discursos, desacreditando y marginando otros. El espacio de significado es siempre un espacio colonizado en el cual la necesidad ya ha sido inscripta por los códigos culturales y el campo más amplio de las relaciones políticas, sociales y económicas. Por lo tanto, el lenguaje puede ser usado para enmarcar y legitimar diferentes lecturas del mundo. Es tanto un síntoma como una causa de nuestro saber cultural.

Los educadores radicales han llegado a reconocer que no es la verdad lo que nos libera, sino la comprensión de que la verdad lo que nos libera, sino la compresión de que la verdad constituye los efectos de compromisos narrativos con el mundo; la verdad no es nunca independiente de las prácticas de lectura y de escritura que usamos para llegar a ella… para decidirla. La verdad –al igual que los hechos- no es antecedente de nuestros esquemas interpretativos. La verdad depende de los vocabularios de interpretación que tienen dominio provisorio y de una autoridad sostenida de manera contingente. No hay un solo discurso ni una sola comunidad discursiva que tenga la concesión exclusiva de la verdad. Los discursos no son auto-regulados, auto-iniciados ni refuncionamiento autónomo, No hay ninguna realidad en sí misma que no sea al mismo tiempo una realidad tal-como-la-vemos. La realidad se adapta a y es resultado de los lenguajes críticos que usamos para describirla. No hay ninguna correspondencia original ni absoluta del lenguaje con las “verdaderas” descripciones del mundo. La posibilidad de discurso misma presupone una multiplicidad de interpretaciones, una lógica de suplementariedad. Si no hay presencia de un alineación de la representación y de la manera en que las cosas son “realmente”, entonces todas nuestras descripciones son susceptibles de ser re-descriptas, recodificadas, desplazadas y re-leídas. Si es así, entonces cada lectura es también una lectura errónea. Si la verdad está subordinada a sus efectos y si toda la realidad textual puede ser colocada sous rature –incluyendo nuestras visiones de liberación y de emancipación-, eso sugiere que debemos abandonar nuestras pretensiones de lograr la verdad y un lenguaje interpretativo purgado de distorsión y dirigir nuestros esfuerzos a cuestionar esas narraciones que justifican que un uno por ciento de la población controle las vidas del resto, explotando su trabajo y colonizando su capacidad de resistir… de soñar o de pensar de otra manera.

Lenguaje y subjetividad

Un punto importante con respecto al lenguaje, señalado por Richard Brown y otros, es que el lenguaje que usamos siempre implica un partidismo político de “defensa de las realidades”; siempre actúa como una forma de “simbolización persuasiva”, es decir, siempre actúa retóricamente (Brown, 1987, pp. 97-117). La idea acentuada por Brown es que la verdad no es independiente de los procesos y propósitos políticos y lingüísticos por medio de los cuales es evocada. En otras palabras, la verdad no puede ser nombrada por fuera de sus dimensiones retóricas. En este sentido, estamos de acuerdo con Robert Acholes en que el lenguaje en cierto sentido siempre contiene un aspecto de violencia y alineación, ya que, como parte del proceso de nombrar la realidad separa a los seres humanos de aquello, la cosa, que es nombrado (Acholes, 1985, pp. 111-112) Más aún, cada vez que empleamos el lenguaje, nos comprometemos en un acto socio-político intensamente partidario. Emplear el lenguaje es partidario y político porque cada vez que lo usamos, encarnamos el modo en que nuestros proceso culturales han sido inscriptos en nosotros, y cómo nosotros , a nuestra vez, escribimos y producimos nuestros propios guiones para nombrar la realidad y negociarla. Producimos el lenguaje tanto como somos producidos por él. No podemos reclamar inmunidad diplomática con respecto a las consecuencias del lenguaje que empleamos. La identidad reside dentro de las dimensiones retóricas del lenguaje, es decir, en los procesos lingüísticos y políticos por medio de los cuales de le da vida (Brown, 1987, p. 81). El lenguaje que empleamos para leer el mundo determina en alto grado la manera en que pensamos y actuamos en y sobre el mundo (Volisinov, 1973).

Es cierto que damos sentido a la realidad social por medio del lenguaje, que siempre está repleto de un espectro de discursos sostenidos por intereses materiales y formas de poder social, de lo que se desprende que, por medio del lenguaje, somos producidos como sujetos (es decir, se nos proporcionan posiciones o puntos de vista subjetivos). A partir de esto, también se puede decir que el lenguaje contribuye a constituir la subjetividad, que con frecuencia se construye en base a una multiplicidad de posiciones del sujeto (ver la excelente discusión de la subjetividad en Weedon, 1987). Aquí usamos el término “subjetividad” distinguiéndolo de identidad, porque la subjetividad nos permite reconocer y enfocar las maneras en que los individuos extraen sentido de sus experiencias, incluyendo sus entendimientos conscientes e inconscientes y las formas culturales disponibles a través de las cuales esos entendimientos son constreñidos o estimulados. El término “identidad”, por otra parte, implica que hay una esencia fija que existe independiente mente del espectro de discursos accesibles a los individuos. Es decir, el término identidad sugiere la existencia de un sujeto unitario, soberano y auto-constituido cuyas características autónomas y primordiales son de naturaleza pre-discursiva, supuestamente constituidas fuera del lenguaje, la historia o el poder. Karl Raceviks subraya este punto al escribir:

La identidad es aquello naturalmente dado y por lo tanto de la considera una posesión, aunque también es aquello que posee al individuo. Si, por un lado, la identidad está constituida por una experiencia personal y una historia individual, también es inevitablemente un producto de la otredad de los determinantes culturales, sociales y lingüísticos. Como en individuo reconstruye y refleja sobre una identidad imaginaria, cultiva una ilusión de control consciente que sólo sirve para ocluir la naturaleza contingente y aleatoria de esta esencia imaginaria (1988, p. 21).

En este contexto, la identidad es imaginaria (en el sentido lacaniano) y, según teóricas feministas tales como Luce Irrigaría, esa construcción del yo es invariable e ineluctablemente masculina (ver Whitford, 1988). Jane Flax (1990) señala que incluso en las teorías postmodernas se producen ciertas disposiciones patriarcales. Vale la pena citarla:

En las filosofías postmodernas, la mujer aún sigue siendo utilizada frecuentemente como el otro o como espejo del hombre; cuando existe, es como repositorio de las cualidades que el hombre ha rechazado para si mismo y que ahora desea reclamar. El discurso de las mujeres está constreñido por esta reglas… o es (y puede permanecer) silenciada. Tal como lo expresa adecuadamente Irrigaría, la mujer es “para ellas -pero siempre según el- esencialmente an-arquica y an-teológicamente. Porque el imperativo que se les impone -pero solamente desde afuera, y no sin violencia- ‘es gozar sin ley’ … cuando aparece el extraño estado del ‘cuerpo’ que los hombres llaman placer femenino, es gratuito, accidental, imprevisto, ‘suplementario’ a lo esencial”. (Flax, 1990, p. 226).

La subjetividad, por otro lado, sugiere una presencia individual sin esencia. Subraya contingencia de la identidad y el hecho de que los individuos están hechos de un flujo descentrado de posiciones sujeto, que dependen intensamente del discurso, la estructura social, la repetición, la memoria y la inversión afectiva para mantener una sensación de coherencia en un mundo en constante cambio.

La subjetividad es más que las memorias que hemos acumulado y/o los medios que hemos puesto en cuarentena dentro de las bóvedas de nuestros inconscientes. Es más que lo que proclamamos acerca de los otros o lo que afirmamos acerca de nosotros mismos. Tal como nosotros la definimos, la subjetividad es un proceso de mediación entre el “yo” que escribe y el “yo que es escrito. La subjetividad está envuelta en incontables capas de discurso que simultáneamente nos enquistan y nos despliegan, nos esclavizan y nos liberan. Nuestras subjetividades nacen por medio de nuestra participación en los acontecimientos mundanos, a través de nuestra orientación sensual hacia y nuestra encarnación en un mundo informado por las relaciones sociales y los procesos de producción determinantes. El lenguaje y la subjetividad informan nuestra conciencia práctica en la cual el “yo” depende siempre de un “nosotros”, y es siempre contingente con respecto a la localización histórica y social y al conjunto de relaciones sociales que construyen la totalidad social más amplia. Preferimos en término “subjetividad” porque acentúa el hecho de que una posición de sujeto es un punto de vista adoptado por un hablante dentro de un discurso que puede afirmar u oponerse a las posiciones adoptadas por otros hablantes. Los discursos se invisten con formas materiales e institucionales y están gobernados por prácticas discursivas que, después de Foucault, refieren a las reglas históricas anónimas que gobiernan lo que debe decirse y lo que no, quién puede hablar con autoridad y quién debe escuchar (ver MacLaren, 1989, 1995). Desde la perspectiva de la escolaridad, un discurso puede definirse como “un sistema regulado de afirmaciones” que establece diferencias entre los campos y las teorías de la educación (Smith & Zantiotis, 1989). Como los discursos emergen y son constitutivos de particulares configuraciones de poder, están necesariamente ligados a una posición ideológica. Los discursos son ideológicos, no simplemente como reflejos de una base económica, sino también en sus efectos de poder.

Así, pueden ser considerados en sí mismos prácticas materiales. Los discursos no sitúan la historia en el registro de una noción universalizada de verdad, sino más bien en el de las prácticas significativas (Kaplan, 1987, p. 23). Esas prácticas significativas están ligadas a una política de locación o a la posición del individuo, informada por la raza, la clase, el género, la orientación sexual y otras determinaciones sociales y culturales.

Usualmente consentimos a adoptar posiciones que nos son familiares y en la que nos sentimos cómodos. Es a través de la gramática textual del discurso(es decir, las reglas según las cuales se generan los significados) que nos constituimos como forma de gobierno y también señalamos, junto con Richard Brown, que “la transformación de la gramática de una forma de gobierno es una definición de revolución” (Brown, 1987, p. 128). Argüimos que los discursos no cementan totalmente las identidades o subjetividades sino que producen un espectro de posiciones del sujeto en torno a las cuales las subjetividades tienden a apiñarse y/o a resistirse entre sí (Donald, 1985, p. 344).

Lenguaje, experiencia y praxis

La importancia del lenguaje reside en el hecho de que es por medio de él que nombramos la experiencia y que actuamos como consecuencia de las maneras en que interpretamos o malinterpretamos esa experiencia. Esto es importante no sólo para los investigadores que intentan entender el proceso de la educación sino también para los estudiantes que intentan analizar críticamente su experiencia cotidiana. La lucha por la manera de nombrar y transformar la experiencia es uno de lo temas cruciales que la pedagogía crítica y de la lucha por el cambio social. Esta lucha, en parte, está bajo la influencia de la lucha por el lenguaje y la manera en que se lo emplea. Como una práctica humana socialmente organizada y culturalmente producida, el lenguaje nunca actúa por sí mismo sino solamente en conjunción con los lectores, sus localizaciones sociales, sus historias y sus necesidades y deseos subjetivos. Sólo cuando podemos nombrar nuestra experiencia -dar vos a nuestro propio mundo y afirmarnos como agente social activo con voluntad y propósito- estamos en condiciones de empezar a transformar el significado de esa experiencia por medio de del examen crítico de los presupuestos sobre los cuales se construyen esas experiencias. Usar el lenguaje de maneras específicas puede ayudar a limitar o a estimular formas particulares de conducta. Esto puede apreciarse en el lenguaje usado por los etnógrafos críticos y los investigadores que, al haber teorizado que la cultura dominante ha impuesto restricciones opresivas a sus sujetos de estudio, han trabajado para cambiar los rasgos opresivos actuando dentro de sus campos de investigación en vez de meramente describirlos. Sin una teoría de la dominación, los investigadores suelen considerar sus campos como valores neutrales, y eligen actuar como observadores desinteresados, “objetivos”. Como ha señalado Marx: “El arma de la crítica no puede, por supuesto, reemplazar la crítica del arma, la fuerza material debe ser combatida con fuerza material, pero la teoría también se convierte en una fuerza material en cuanto atrapa a las masas” (citado en E. san Juan, 1995, p. vi).

Los investigadores educacionales que pueden nombrar la injusticia social suelen aplicar su rol de investigadores incluyendo el de activistas sociales. Pero si los conceptos de dominación y opresión no forman parte del vocabulario de un investigador, con frecuencia ocurre que el análisis del investigador sea neutral, desinteresado y carente de crítica social. El lenguaje trafica con el poder por medio de su capacidad de adaptar, producir y resistir configuraciones de poder históricamente específicas. Como práctica dominadora, el uso del está involucrado no simplemente por nombrar el mundo de sostener relaciones de opresión y exploración, sino también por medio de su reticencia a interrogar la naturaleza construida en sus propias categorías, y las visiones selectivas que encarna en su propia geografía social. El lenguaje de la teoría educacional oficial con frecuencia se convierte en un sistema opresivo totalizador, precisamente a causa de su incapacidad de interrogar su propia producción discursiva de lo real y de las relaciones sociales que el mismo construye y sostiene, relaciones que con frecuencia niegan más que posibilitan una vida sin exploración ni sufrimiento humano. Krystyna Pomorska escribe que predicar o nombrar constituye el núcleo del poder creativo del lenguaje y que al “predicar o nombrar, creamos la realidad” (citado en Brown, 1987, p. 127). La naturaleza del lenguaje que usamos determina la manera en que damos sentido a nuestras experiencias y el tipo de acción social en la que decidimos comprometernos como resultado de la interpretación de nuestras experiencias. También determina el espectro de posibilidades que tenemos para organizar nuestro mundo social, para desarrollar nuevas formas sociales y, como maestros, nuevas formas pedagógicas. Si la experiencia es primordialmente entendida a través del lenguaje y si el lenguaje moldea la manera en que vemos y actuamos con y sobre el mundo, se desprende que la experiencia misma no garantiza la verdad, ya que siempre es susceptible de interpretaciones conflictivas y contradictorias. Es decir, nuestra experiencia no es una esencia fija o fluida, ni una realidad concreta cuya existencia antecede al lenguaje y que espera ser reflejada por él. Más bien la experiencia está constituida por el lenguaje (Weedon, 1987, p. 85).

La experiencia “- acontecimientos y conductas que se dan en las formaciones sociales” (De Lauretis, 1987, p. 42) – es constitutiva de la subjetividad. Como el lenguaje nos permite interpretar nuestra experiencia, de ello se desprende que el lenguaje también es constitutivo de subjetividad. Hemos señalado que la experiencia no habla por sí misma, fuera de los marcos de referencia (discursos) asociados con el lenguaje que elegimos o que nos es dado para otorgar sentido a esa experiencia.

Dado que carecemos de una identidad inmediata con nosotros mismos, afirmamos que la admonición de Lévi-Strauss, quien sabiamente proclama en Tristes trópicos (1973): “en cada realidad debemos primero repudiar la experiencia” (citado en Sarup, 1996, p. 37). El punto más serio son las maneras en las que hemos sido insertados en el lenguaje tanto como maestros o estudiantes. Situados reflexivamente dentro del discurso – dentro del lenguaje – es historizar nuestro rol como agentes sociales. Si sólo pensamos eso pensamientos para los que ya tenemos las palabras de expresión, nuestra presencia en la historia permanece estática. Parte del estado de esta crisis se refleja en la falta de disponibilidad de posiciones de sujeto en las cuales los estudiantes puedan practicar formas de crítica radical y abocarse a prácticas sociales informadas por el compromiso de establecer un orden social más democrático.

A maestros y estudiantes les son dadas posiciones de sujetos en el lenguaje, posiciones que gobiernan el rango de sus perspectivas para interpretar el mundo. El acceso a formas particulares de subjetividad también está regulado por el acto mismo de leer, además de las relaciones sociales institucionalizadas y las relaciones de poder que con frecuencia el contexto que privilegia ciertas lecturas sobre la base de la raza, la clase y el género. Tomemos el ejemplo de las subjetividades con construcción d género; tal como señala Chris Weedon, los discursos dominantes de la sexualidad femenina definen la sexualidad de las mujeres como naturalmente pasiva y construyen definiciones de femineidad que privilegian el rol subordinado de la mujer en el orden social (Weedon, 1987, p. 36). Los intereses de las mujeres están subordinados a los intereses de los hombres a través del ejercicio de discursos patriarcales. En este punto, Leslie W. Rabine comenta que “las estructuras mismas del lenguaje occidental excluyen a las mujeres y sólo pueden funcionar a través del silenciamiento de las mujeres y la represión de los deseos sexuales femeninos” y que nuestra experiencia futura depende de que “superemos las estructuras androcéntricas” (rabine, 1987 – 88, p. 21). Si la subjetividad es estructurada por el lenguaje, entonces la lucha se convierte en desarrollar nuevas formas de subjetividad y de lenguaje que puedan integrarse en luchas sociales (p. 221). Esta opresión por medio del lenguaje también se da en los discursos de las aulas tanto como en los consultorios médicos, los tribunales de la ley o en las teorías educacionales. Nuestra subjetividad está construida en el lenguaje por medio del juego de los discursos y por posiciones de sujeto que aceptamos adoptar. Los discursos no pueden ser entendidos fuera de las pautas institucionales, las formas de transmisión, las prácticas sociales y los intereses materiales que los informan y sostienen. El lenguaje, en sí mismo, no es naturalmente de un género específico, pero las posiciones de sujeto que adoptamos dentro de ciertos discursos son sin duda marcadas por el género y están respaldadas por el poder patriarcal, social e institucional (Weedon, 1987, p. 173).

Los textos crean significados y modalidades de comprensión particulares, que deben ser investigados. En nuestras aulas, estamos empezando a reconocer la escasez de textos sobre resistencia histórica de las mujeres al patriarcado (que implica el silenciamiento mismo de las mujeres), escasez que ha provocado a los estudiantes de historia de las posiciones de sujeto alternativas y resistentes que ilustran el status no natural de las actuales normas de género (Weedon, 1987, p. 170). La advertencia de Weedon es importante: “Aunque necesitamos textos que afirmen las posiciones de sujeto marginadas, sin embargo es importante estar constantemente atentos a los peligros de fijar las posiciones de sujeto y los significados más allá del momento en el que son políticamente productivos” (p. 172).

Lo que Weedon acentúa es que todos los textos (y empleamos la palabra “texto” para referirnos a diversas representaciones, tales como instituciones, aulas, conductas y prácticas sociales) deben ser entendidos dentro de su especificidad histórica, política y cultural. Es decir, los textos no son significados del mismo modo por lectores que ocupan distintos contextos, en diferentes coyunturas históricas. Por ejemplo, es erróneo suponer que las lecturas abordadas por mujeres y hombres, o por ricos y pobres son homogéneas. Refiriéndose a este punto, Tony Bennett reconoce el status reiterativo y ya codificado de la producción de conocimiento. Bennett ataca la idea de una experiencia única y unitaria de lectura del significado arguyendo que los sujetos abordan un texto con percepciones previamente codificadas de los que él llama “formaciones de lectura”, que comprenden un conjunto de determinaciones discursivas y textuales que organizan y animan la práctica de la lectura (Bennett, 1986; ver también resumen en Kaplan, 1987, pp. 26-27). Estas formaciones de lectura, tal como lo señala Bennett, pueden estar moldeadas por los códigos dominantes que gobiernan el texto popular, o por códigos subculturales como el feminismo, el gremialismo, el marxismo, el pensamiento de la mayoría moral, el pensamiento de la supremacía blanca, etc... En algunos casos, el lector rechaza la posición ofrecida y niega la interpolación, y también puede haber una discrepancia ideológica en relación con la etnicidad. La pregunta, para los educadores, puede resumirse así: ¿En qué medida las prácticas convencionales de escolaridad duplican las formaciones ya construidas de maestros y estudiantes?

Hasta el momento de nuestra discusión parece que la suerte está echada, que el “juego del lenguaje” nos ha fijado como estudiantes, maestros e investigadores, considerándonos sujetos “siempre hablados” por el discurso, en vez de permitirnos convertirnos en agentes sociales que combaten activamente la prisión del lenguaje y las relaciones sociales de producción capitalistas. Para poder huir y quedar en libertad de la prisión del lenguaje como estudiantes, maestros e investigadores, debemos entender que la realidad no es co-extensiva a las categorías del discurso, ya que si caemos en eso implica limitar el cambio social a las permutaciones del discurso dentro del mismo conjunto de categorías (Whitfrd, 1988, p. 120). Allan Megill nos recuerda que “si uno adopta… el enfoque de que todo el discurso o texto o ficción, las realia se trivializan. Las personas reales que murieron en las cámaras de gas en Auschwitz o en Treblinka se convierten en discurso” (1985, p. 345).

Luce Irrigaría y Cornelius Castoriadis nos instan a la lucha por el cambio dentro del orden social inconsciente e incluso simbólico: debemos creer que “las transformaciones radicales del imaginario social pueden llevarse a cabo y que una configuración nueva y antes inimaginable, puede cobrar forma” (Whitford, 1988, p.121). La pedagogía crítica, como forma de política cultural, puede concretar una intervención necesaria en el ámbito del imaginario social. Al reconocer que los individuos se producen a través del choque de discursos y posiciones de sujeto conflictivos, la pedagogía crítica puede ayudarnos a interrogar críticamente esos discursos, permitiéndonos desarrollar un sentido de “agencia crítica”. Agencia, en este caso, alude a la capacidad de los individuos de analizar la subjetividad, reflexionar sobre las posiciones de sujeto que han adoptado y elegir aquellas que resultan menos opresoras para ellos, para los otros, y para la sociedad en su conjunto.

No es fácil articular lo que esto significa pedagógicamente para los educadores críticos. Para los estudiantes, significa enseñarles a leer los textos como lenguajes construidos por medio del ordenamiento de códigos particulares que nombran y legitiman de modos específicos la realidad y las identidades sociales. Los estudiantes tienen que aprender a leer no como un proceso de sometimiento a la autoridad del texto sino como proceso dialéctico de comprensión, crítica y transformación. Tienen que escribir y reescribir las historias de los textos que leen para poder identificar y cuestionar más fácilmente, cuando sea necesario, la manera en que esos textos trabajan activamente para construir una voz y cómo situarse dentro de la historia. Esto implica invertir de manera diferente en la propia formación del yo y en la formación del yo de otros. Como los discursos que operan por medio del lenguaje conducen a prácticas sociales e institucionales particulares, el conocimiento del discurso que informa a nuestra subjetividad puede conducir a la construcción de nuevas formas de subjetividad, de relaciones sociales y de disposiciones institucionales más favorables a la igualdad y la justicia social. Para los maestros y los investigadores sociales, esto significa ser capaces de reconocer las limitaciones que han puestota teoría social oficial a la manera en que entendemos la escolaridad y su relación con la sociedad en general y la manera en que esto ha moldeado nuestra subjetividad como actores intelectuales abocados a la tarea de nombrar y de producir una particular visión del mundo.

Todos hablamos desde complejas posiciones de sujeto, lo cual equivale a decir que no podemos evitar la ideología ni los efectos del discurso. Las posiciones de sujeto, como ya hemos señalado, nos otorgan la ilusión de estar temporariamente fijos como autores autónomos de sentido y agentes de práctica social. El punto no es lamentar nuestra falta de autonomía total, sino embarcarnos activamente en forma de “agencia crítica”, aprendiendo a negociar, traducir, resistir y transformar las disposiciones e intereses de poder son legitimadas cuando se asumen de manera no crítica particulares posiciones de sujeto. Aquí estamos advirtiendo en contra de la sobredeterminación del lenguaje en la producción del sujeto social. Tal como lo señala Richard Jonson, debemos tomar en serio la idea de voluntad política y la auto-producción discursiva de los sujetos (Jonson, 1986/87, p. 69).

El tema central, por supuesto, es cómo a través del lenguaje del análisis educacional los maestros han sido producidos como sujetos sociales, y cómo afecta esto su rol de investigadores e instructores. Una vez que los educadores reconocen las diversas maneras en las que son producidos por el lenguaje, pueden empezar a proporcionarles a sus estudiantes un lenguaje crítico que los ayudará a volverse conscientes de su propia auto-formación. En la próxima sección describiremos más específicamente algunos problemas importantes del lenguaje que en la actualidad constituye la teoría educacional radical.

El lenguaje y la primacía del proyecto político

El lenguaje siempre se construye con respecto a la especificidad de la audiencia a la cual se dirige y no debe ser juzgado tan sólo en términos pragmáticos sino también con respecto a la viabilidad teórica y política del proyecto que él mismo articula. No es primordialmente la complejidad del lenguaje lo que está en juego, sino la viabilidad del encuadre teórico que el lenguaje constituye y promueve. Más aún, la relación entre teoría y práctica es multifacético y compleja. Para expresarlo llanamente, en algunos casos la teoría informa directamente a la práctica, y en otros, la práctica reestructura a la teoría como fuerza primaria de cambio. En algunos casos la teoría (en el sentido más limitado de la práctica de producir narrativa y retórica) proporciona el refugio para pensar más allá de las formas corrientes de práctica, de modo de imaginar aquello que “todavía no es”. Privilegiar la práctica sin tomar debidamente en cuenta las complejas interacciones que caracterizan la totalidad de las relaciones teoría/práctica y lenguaje/significado no es meramente reduccionista sino también una forma de tiranía teórica. Desconformar la teoría de esta manera se convierte en una forma de práctica que ignora el valor político del “discurso teórico” dentro de una coyuntura histórica específica. Es decir, en vez de examinar el lenguaje de la teoría como parte de un momento histórico más amplio de auto-examen, el lenguaje y la política de la teoría se reducen meramente a una preocupación no problemática por la claridad, en lugar de implicar una problematización de la certeza misma. La intimidad de la dialéctica entre la teoría y la práctica es reducida a una oposición entre teoría y complejidad, por un lado, y la práctica y la claridad por el otro. Esa es la marca de un anti-intelectualismo vacuo y pragmático, cuya tendencia niveladora ocluye el rol del lenguaje en la construcción de una teoría como práctica históricamente específica que hace que la política y la praxis sean posibles como parte de un compromiso con las particularidades y problemas de un tiempo y un lugar determinados.

Dentro de la coyuntura histórica actual, con su aspiración de universalidad, su visión totalitaria de la historia, su abordaje etnocéntrico de la cultura, y su celebración de la codicia y el individualismo, las preguntas que deben plantearse acerca del lenguaje y la teoría podrían empezar con las condiciones necesarias para desarrollar formas de práctica teórica que sean capaces de devolver la historia como discurso del Otro, reclamando a la democracia como sitio de lucha dentro de una visión socialista más amplia, y desarrollando una ética radical que rechace lo definitivo y el consenso a favor de la voz de la diferencia y el diálogo. En el momento actual, la teoría ofrece la oportunidad para una práctica discursiva cuya identidad y valor político sólo puede entenderse en circunstancias particulares, informadas por la coyuntura histórica que le da sentido. Tal como lo expresa Bruce Robbins, el verdadero debate sobre la teoría se centra en el contenido ideológico específico de los diversos discursos teóricos y las “circunstancias que dan ideas a sus límites y su coherencia” (Robbins, 1987-88, p. 9). En este punto está en juego el hecho de si el lenguaje de la teoría trabaja a favor de volver extraño lo familiar, reconociendo a la diferencia como base de una filosofía pública que rechaza las teorías totalizadoras que ven al otro como déficit, y proporcionando preguntas que la cultura dominante encuentra demasiado peligrosas para plantear. Lo que muchos educadores “radicales” olvidan es que la importancia del lenguaje como práctica teórica deriva de su poder como discurso crítico y subversivo. Juzgar la teoría con la simple vara de la claridad suele representar un discurso teórico específico incapaz de reflexionar sobre su propia práctica dentro de la actual coyuntura histórica, una práctica que tiene más que ve con una defensa del status quo que con una política variable de la teoría, el lenguaje y la escolaridad.

Además de alegar en contra de la preocupación por la claridad por encima del proyecto político que el lenguaje procura iluminar y ampliar, también desconfiamos de los nuevos discursos post-estructuralistas que con frecuencia fetichizan el texto a expensas de aquellos a los que supuestamente su análisis debe servir. Nos gustaría dejar claro desde el principio que el tipo de lenguaje crítico que defendemos no respalda, como lo hacen deconstruccionistas como Derrida, la posición anti-referencial (la negación de la posibilidad de presencia, percepción y también experiencia, implícita en la afirmación de que nunca experimentamos nada porque sólo hallamos rastros definidos de las cosas, es decir, sólo una estructura de referencias infinita o de puras diferencias en las que sólo hay rastros anteriores a cualquier entidad a la que se refieran). De manera semejante, no queremos borrar el mundo argumentando que la referencia es simplemente un espejismo del lenguaje. Eso no es lo mismo que defender una percepción sin meditación o afirmar que el mundo no está textualizado por las relaciones de pode y de interés, sino que más bien es, según las palabras de Robert Acholes, afirmar que el lenguaje adapta la realidad tanto como la construye, que el “lenguaje humano interviene en un mundo que ya ha intervenido en el lenguaje” (Acholes, 1985, p. 112). De ninguna manera pretendemos insinuar que la teoría social postestructuralista y desconstructivista debe rechazarse en su totalidad. Esa posición sería ridícula y toma en cuenta muchos de los importantes progresos teóricos hechos por diversos expositores desde esa perspectiva. Nos impresiona particularmente el argumento postestructuralista que plantea que no existen grandes teorías con las cuales justificar las prácticas sociales considerándolas neutrales o apolíticas – es decir, ajenas a la ideología y más allá de las luchas y la especificidad históricas. Más aún, respaldamos plenamente esos enfoques postestructuralistas y deconstructivistas que sugieren que las concepciones del iluminismo del conocimiento, la verdad, la objetividad y la razón son producto de formas aritméticas del poder social.

Nuestra mayor preocupación con respecto al legado postestructuralista y sus diversas erupciones en la crítica literaria, la teoría del teatro y en otros departamentos académicos es la manera en que niega la viabilidad del trabajo político a través de un discurso de profundo escepticismo. Su carencia de una filosofía pública, su carencia de conexiones orgánicas con una esfera pública más amplia, su sofocante énfasis sobre una noción de textualidad estrecha, el dominio ejercido por intelectuales de escuelas de élite, a veces su asfixiante pedantería, la convierte menos en una amenaza para las configuraciones de poder establecidas que en un involuntario aliado. Hay en su práctica un elemento domesticador, un elitismo que amenaza con asfixiar sus interpretaciones teóricas más importantes aislándolas de los verdaderamente oprimidos, y una presunción que sustituye la verdadera sustancia y la acción académica. Este discurso está gobernado por cierta cortesía que domestica su potencial de convicción, una estrechez de visión que nutre a la misma sociedad a la que alega oponerse. Robert Acholes habla de algunos de estos temas:

Para la generación cuya sensibilidad fue moldeada por la década del setenta, la irreverencia anárquica de la desconstrucción ejerce una profunda atracción. Para aquellos que todavía recuerdan los slogans del pasado como para creerse vendidos, o adaptados por el establishment, la postura verbal o textual que ofrece el discurso desconstructivo es casi irresistible. Su atracción es tan intensa debido a que permite un desplazamiento del activismo político a un mundo textual en el que la anarquía puede convertirse en el establishment sin amenazar los verdaderos lugares del poder político y económico. Así, el radicalismo político puede drenarse o sublimarse en un radicalismo textual que puede teorizar alegremente su propia desconexión con las realidades desagradables (Schoiles, 1988, p. 284).

Dentro de contexto de la educación superior en Estados Unidos, la descontrucción ha reducido el espectro y la sustancia de la resistencia, desplazando las viejas categorías de opresión tales como clases, género y raza (Giroux & Simon, 1988, McLaren, 1995); de manera similar, ha socavado la noción de agencia en un momento en que muchos grupos subordinados están intentando situarse como parte de un movimiento social más amplio tendiente a lograr justicia cultural, económica y política. Es con este sentimiento que Barbara Christian escribe:

El nuevo énfasis sobre la teoría literaria crítica es tan hegemónico como la política que ataca. Veo el lenguaje que crea como un lenguaje que mistifica en vez de esclarecer nuestra situación, posibilitando que la poca gente que conoce ese lenguaje en particular controle la escena crítica – ese lenguaje emergió, curiosamente, justo cuando la literatura de personas de color, de las mujeres negras, de los latinoamericanos, de los africanos empezó a desplazarse “hacia el centro” (1987, p. 55).

Programa de Comunicación y Educación – Año 2008


Núcleo 1:
Dimensiones de Comunicación/Educación


1. Acceso al problema de Comunicación/Educación.
2. Los espacios de comunicación/educación: institucionales educativos, mediático-tecnológicos y sociocomunitarios.
3. La dimensión educativa en las prácticas y los discursos sociales. Interpelaciones y reconocimientos. Lo educativo y el diálogo: el sentido de la palabra. Acción y reflexión. Identidades sociales e identificaciones.
4. La formación subjetiva: las mediaciones entre experiencia y lenguaje. El problema de la autonomía. Procesos de lectura/escritura de la experiencia, la vida y el mundo. El reconocimiento del “universo vocabular” en las estrategias de lectura/escritura.

Tiempo: 6 clases.

Material audiovisual:
Bagdad Café, film.
The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd (concierto en vivo).

Bibliografía obligatoria:
Nodo “Viajes”, subnodo “Comunicación/Educación”, en www.perio.unlp.edu.ar/nodos
Huergo, J. Lo que articula lo educativo en las prácticas socioculturales, Resistencia, Instituto de Cultura Popular (INCUPO), 2003.
Buenfil Burgos, R. N., Análisis de discurso y educación, México, DIE 26, Instituto Politécnico Nacional, 1993.
Freire, P., Pedagogía del oprimido, México, Siglo XXI, 1973; Cap. 3.
Hall, S., “Introducción: ¿quién necesita «identidad»?”, en S. Hall y P. du Gay (comps.), Cuestiones de identidad cultural, Buenos Aires, Amorrortu, 2003.
McLaren, P. y H. Giroux, “Desde los márgenes. Geografías de la identidad, la pedagogía y el poder”, en P. McLaren, Pedagogía, identidad y poder, Rosario, Homo Sapiens, 1998.
Freire, P., “La importancia del acto de leer”, en La importancia de leer y el proceso de liberación, México, Siglo XXI, 1986.

Bibliografía complementaria:
Léfebvre, H., The Production of Space, Oxford, Blackwell Publishers, 1991 (trad. Mgr. Sergio Perdoni).
De Certeau, M., La invención de lo cotidiano. I. Atres de hacer, México, Universidad Iberoamericana, 1996.
Huergo, J., “Espacios discursivos: lo educativo, las culturas y lo político”, en Revista Virtual Nodos de Comunicación/Educación (http://www.revistanodos.com.ar/) N° 1, La Plata, Cátedra de Comunicación y Educación, 2002.
Laclau, E. y Ch. Mouffe, “Más allá de la positividad de lo social”, en Hegemonía y estrategia socialista, Madrid, Siglo XXI, 1987.
Zizek, S., “Identidad” e “Identificación”, en El sublime objeto de la ideología, México, Siglo XXI, 1992.

Núcleo 2:
Genealogía de Comunicación/Educación


1. La modernidad y el estatuto de la escolarización. Los desplazamientos culturales modernos y la escolarización.
2. El estatuto de comunicación/educación en la pedagogía oficial argentina: el discurso de Domingo F. Sarmiento. Una perspectiva de comunicación/educación contrahegemónica: el pensamiento de Saúl A. Taborda.
3. La hegemonía del difusionismo desarrollista en los 60. La perspectiva contrahegemónica en la comunicación/educación popular liberadora: el pensamiento de Paulo Freire. Las transformaciones culturales y la comunicación educativa intersubjetiva.

Tiempo: 4 clases.

Bibliografía obligatoria:
Martín Barbero, J., "Las brujas pusieron en jaque a la cultura moderna", en Diario Clarín, Buenos Aires, 14/10/90 (selección).
Kusch, R., "Introducción a América", en América profunda, Bs. As, Bonum, 1962.
Huergo, J., "De la escolarización a la comunicación en la educación", en J. Huergo y M. B. Fernández, Cultura escolar, Cultura mediática / Intersecciones, Bogotá, Universidad Pedagógica Nacional, 2000.
Sarmiento, D. F., Facundo. Civilización y barbarie, Bs. As., vs. Eds. (selección de Capítulos 1, 2 y 3).
Freire, P., Pedagogía del oprimido, México, Siglo XXI, 1973.
Gutiérrez, F., Pedagogía de la comunicación, Bs. As., Hvmánitas, 1975 (selección).
Martín-Barbero, J., "Heredando el futuro. La educación desde la comunicación", en Rev. Nómadas, Santafé de Bogotá (Colombia), Univ. Central, 1997.

Bibliografía complementaria:
Foucault, M., “Los medios del buen encauzamiento”, en Vigilar y castigar, México, Siglo XXI, 1976.
Taborda, S., Investigaciones pedagógicas, Tomo III, Córdoba, Ateneo Filosófico de Córdoba, 1951.
Huergo, J., Hacia una genealogía de Comunicación/Educación, La Plata, Ed. de Periodismo y Comunicación (UNLP), 2005; Capítulos 4, 5 y 6.
Kaplun, M., El comunicador popular, Bs. As., Lumen-Hvmanitas, 1996.
McLaren, P., "Formación escolar del cuerpo posmoderno" y "Conocimientos de los medios de comunicación, ciudadanía guerrera y alfabetizaciones posmodernas", en Pedagogía crítica, resistencia cultural y la producción del deseo. Bs. As., Cuadernos Aique, 1994.

Núcleo 3:
Dislocaciones y diseminaciones: tecnicidades y saberes


1. El panorama de las culturas “posmodernas” y de la crisis orgánica. Tecnicidad y culturas mediáticas. Dislocación y multirreferencialidad educativa.
2. Emergencia de la oralidad secundaria y las alfabetizaciones posmodernas. Las revolturas culturales: deslegitimación de las instituciones y emergencia de lazos sociales.
3. Saberes diseminados y narrativas. Los medios y las TIC’s en educación.

Bibliografía obligatoria:
Martín-Barbero, J., "Heredando el futuro. La educación desde la comunicación", en Rev. Nómadas, Santafé de Bogotá (Colombia), Univ. Central, 1997.
Martín Barbero, J., La educación desde la comunicación

Bibliografía complementaria:
McLaren, P., "Formación escolar del cuerpo posmoderno" y "Conocimientos de los medios de comunicación, ciudadanía guerrera y alfabetizaciones posmodernas", en Pedagogía crítica, resistencia cultural y la producción del deseo. Bs. As., Cuadernos Aique, 1994.

Tiempo: 3 clases.

Núcleo 4:
Los sentidos de comunicación/educación popular


1. Educación, marginalidad, reproducción y transformación social en América Latina. Matrices de comunicación/educación popular.
2. El mapa de la “crisis orgánica”. Políticas culturales conservadoras, liberales y neoliberales. El desarrollo de políticas culturales contrahegemónicas y lo popular en transformación.

Tiempo: 3 clases.

Bibliografía obligatoria:
Torres, Rosa M., “Introducción”, en Una entrevista con Paulo Freire
Saviani, D., “La educación y el problema de la marginalidad”, en Escuela y democracia, Montevideo, Monte Sexto, 1988.
McLaren, P, Contranarrativa, amnesia colonial e identidad de mestizaje: Hacia una peda­gogía crítica de la formación de la identidad posmoderna, Paraná, UNER, 1993; pp. 65-75.

Bibliografía complementaria:
Puiggrós, A., “Historia y prospectiva”, en M. Gadotti y C. A. Torres (comp.), Educación popular. Crisis y perspectiva, Bs. As., Miño y Dávila, 1993.
Puiggrós, A. De Simón Rodríguez a Paulo Freire, Caracas, Premio Convenio Andrés Bello, 2005.
Freire, P., “Alfabetización y ciudadanía”, en M. Gadotti y C. A. Torres (comp.), Educación popular. Crisis y perspectiva, Bs. As., Miño y Dávila, 1993.
Chomsky, N., Política y cultura a finales del siglo XX. Un panorama de las actuales tendencias, Bs. As., Espasa Calpe/Ariel, 1996.
Argumedo, A., Los silencios y las voces en América Latina, Bs. As., Ed. del Pensamiento Nacional, 1996; Capítulos V y VI.

Núcleo transversal:
Aspectos metodológicos para el trabajo de campo


1. Identificación y descripción de espacios de comunicación/educación: institucionales educativos y sociocomunitarios. Construcción de “fotografía”.
2. Aproximación y análisis cultural y discursivo: observación y entrevistas.
3. Definición y diseño de los proyectos de intervención.
4. Práctica de intervención en terreno.

Evaluación de las clases teóricas

Los estudiantes presentarán dos trabajos en la cursada del Teórico a los fines de la evaluación:

1. A fines del mes de mayo, una comparación (en una carilla) entre los textos Análisis de discurso y educación de R. N. Buenfil Burgos y el Cap. 3 de Pedagogía del oprimido de Paulo Freire. Puede ser realizado en equipos de 2.
2. A fines del mes de junio presentarán un ensayo de 5 carillas (Arial 12, hoja A4) sobre un eje que se propondrá oportunamente, integrando el desarrollo de la materia hasta ese momento. Puede ser realizado en equipos de 2.

Paulo Freire: Capítulo 3 de "Pedagogía del oprimido"

Al iniciar este capítulo sobre la dialogicidad de la educación, con el cual estaremos continuando el análisis hecho en el anterior, a propósito de la educación problematizadora, nos parece indispensable intentar algunas consideraciones en torno de la esencia del diálogo. Profundizaremos las afirmaciones que hicimos con respecto al mismo tema en La educación coma práctica de la libertad.[1]

Al intentar un adentramiento en el diálogo, como fenómeno humano, se nos revela la palabra: de la cual podemos decir que es el diálogo mismo. Y, al encontrar en el análisis del diálogo la palabra como algo más que un medio para que éste se produzca, se nos impone buscar, también, sus elementos constitutivos.

Esta búsqueda nos lleva a sorprender en ella dos dimensiones —acción y reflexión— en tal forma solidarias, y en una interacción tan radical que, sacrificada, aunque en parte, una de ellas, se resiente inmediatamente la otra. No hay palabra verdadera que no sea una unión inquebrantable entre acción y reflexión (ver esquema) y, por ende, que no sea praxis. De ahí que decir la palabra verdadera sea transformar el mundo.[2]

La palabra inauténtica, por otro lado, con la que no se puede transformar la realidad, resulta de la dicotomía que se establece entre sus elementos constitutivos. En tal forma que, privada la palabra de su dimensión activa, se sacrifica también, automáticamente, la reflexión, transformándose en palabrería, en mero verbalismo. Por ello alienada y alienante. Es una palabra hueca de la cual no se puede esperar la denuncia del mundo, dado que no hay denuncia verdadera sin compromiso de transformación, ni compromiso sin acción.

Si, por lo contrario, se subraya o hace exclusiva la acción con el sacrificio de la reflexión, la palabra se convierte en activismo. Este, que es acción por la acción, al minimizar la reflexión, niega también la praxis verdadera e imposibilita el diálogo.

Cualquiera de estas dicotomías, al generarse en formas inauténticas de existir, genera formas inauténticas de pensar que refuerzan la matriz en que se constituyen.

La existencia, en tanto humana, no puede ser muda, silenciosa, ni tampoco nutrirse de falsas palabras sino de palabras verdaderas con las cuales los hombres transforman el mundo. Existir, humanamente, es “pronunciar” el mundo, es transformarlo. El mundo pronunciado, a su vez, retorna problematizado a los sujetos pronunciantes, exigiendo de ellos un nuevo pronunciamiento.

Los hombres no se hacen en el silencio,[3] sino en la palabra, en el trabajo, en la acción, en la reflexión.

Mas si decir la palabra verdadera, que es trabajo, que es praxis, es transformar el mundo, decirla no es privilegio de algunos hombres, sino derecho de todos los hombres. Precisamente por esto, nadie puede decir la palabra verdadera solo, o decirla para los otros, en un acto de prescripción con el cual quita a los demás el derecho de decirla. Decir la palabra, referida al mundo que se ha de transformar, implica un encuentro de los hombres para esta transformación.

El diálogo es este encuentro de los hombres, mediatizados por el mundo, para pronunciarlo no agotándose, por lo tanto, en la mera relación yo-tú.

Esta es la razón que hace imposible el diálogo entre aquellas que quieren pronunciar el mundo y los que no quieren hacerlo, entre los que niegan a los demás la pronunciación del mundo, y los que no la quieren, entre los que niegan a los demás el derecho de decir la palabra y aquellos a quienes se ha negado este derecho. Primero, es necesario que los que así se encuentran, negados del derecho primordial de decir la palabra, reconquisten ese derecho prohibiendo que continúe este asalto deshumanizante.

Si diciendo la palabra con que al pronunciar el mundo los hombres lo transforman, el diálogo se impone como el camino mediante el cual los hombres ganan significación en cuanto tales.

Por esto, el diálogo es una exigencia existencial. Y siendo el encuentro que solidariza la reflexión y la acción de sus sujetos encauzados hacia el mundo que debe ser transformado y humanizado, no puede reducirse a un mero acto de depositar ideas de un sujeto en el otro, ni convenirse tampoco en un simple cambio de ideas consumadas por sus permutantes.

Tampoco es discusión guerrera, polémica, entre dos sujetos que no aspiran a comprometerse con la pronunciación del mundo ni con la búsqueda de la verdad, sino que están interesados solamente en la imposición de su verdad.

Dado que el diálogo es el encuentro de los hombres que pronuncian el mundo, no puede existir una pronunciación de unos a otros. Es un acto creador. De ahí que no pueda ser mafioso instrumento del cual eche mano un sujeto para conquistar a otro. La conquista implícita en el diálogo es la del mundo por los sujetos dialógicos, no la del uno por el otro. Conquista del mundo para la liberación de los hombres.

Es así como no hay diálogo si no hay un profundo amor al mundo y a los hombres. No es posible la pronunciación del mundo, que es un acto de creación y recreación, si no existe amor que lo infunda.[4] Siendo el amor fundamento del diálogo, es también diálogo. De ahí que sea, esencialmente, tarea de sujetos y que no pueda verificarse en la relación de dominación. En ésta, lo que hay es patología amorosa: sadismo en quien domina, masoquismo en los dominados. Amor no. El amor es un acto de valentía, nunca de temor; el amor es compromiso con los hombres. Dondequiera exista un hombre oprimido, el acto de amor radica en comprometerse con su causa. La causa de su liberación. Este compromiso, por su carácter amoroso, es dialógico.

Como acto de valentía, no puede ser identificado con un sentimentalismo ingenuo; como acto de libertad, no puede ser pretexto para la manipulación, sino que debe generar otros actos de libertad. Si no es así no es amor.

Por esta misma razón, no pueden los dominados, los oprimidos, en su nombre, acomodarse a la violencia que se les imponga, sino luchar para que desaparezcan las condiciones objetivas en que se encuentran aplastados.

Solamente con la supresión de la situación opresora es posible restaurar el amor que en ella se prohibía.

Si no amo el mundo, si no amo la vida, si no amo a los hombres, no me es posible el diálogo.

No hay, por otro lado, diálogo si no hay humildad. La pronunciación del mundo, con el cual los hombres lo recrean permanentemente, no puede ser un acto arrogante.

El diálogo, como encuentro de los hombres para la tarea común de saber y actuar, se rompe si sus polos (o uno de ellos) pierde la humildad.

¿Cómo puedo dialogar, si alieno la ignorancia, esto es, si la veo siempre en el otro, nunca en mí?

¿Cómo puedo dialogar, si me admito como un hombre diferente, virtuoso por herencia, frente a los otros, meros objetos en quienes no reconozco otros “yo”?

¿Cómo puedo dialogar, si me siento participante de un “ghetto” de hombres puros, dueños de la verdad y del saber, para quienes todos los que están fuera son “esa gente” o son “nativos inferiores”?

¿Cómo puedo dialogar, si parto de que la pronunciación del mundo es tarea de hombres selectos y que la presencia de las masas en la historia es síntoma de su deterioro, el cual debo evitar?

¿Cómo puedo dialogar, si me cierro a la contribución de los otros, la cual jamás reconozco y hasta me siento ofendido con ella?

¿Cómo puedo dialogar, si temo la superación y si, sólo con pensar en ella, sufro y desfallezco?

La autosuficiencia es incompatible con el diálogo. Los hombres que carecen de humildad, o aquellos que la pierden, no pueden aproximarse al pueblo. No pueden ser sus compañeros de pronunciación del mundo. Si alguien no es capaz de servirse y saberse tan hombre como los otros, significa que le falta mucho que caminar, para llegar al lugar de encuentro con ellos. En este lugar de encuentro, no hay ignorantes absolutos ni sabios absolutos: hay hombres que, en comunicación, buscan saber más.

No hay diálogo, tampoco, si no existe una intensa fe en los hombres. Fe en su poder de hacer y rehacer. De crear y recrear. Fe en su vocación de ser más, que no es privilegio de algunos elegidos sino derecho de los hombres.

La fe en los hombres e un dato a priori del diálogo. Por ello, existe aun antes de que éste se instaure. El hombre dialógico tiene fe en los hombres antes de encontrarse frente a frente con ellos. Ésta, sin embargo, no es una fe ingenua. El hombre dialógico que es crítico sabe que el poder de hacer, de crear, de transformar, es un poder de los hombres y sabe también que ellos pueden, enajenados en una situación concreta, tener ese poder disminuido. Esta posibilidad, sin embargo, en vez de matar en el hombre dialógico su fe en los hombres, se presenta ante él, por el contrario, como un desafío al cual debe responder. Está convencido de que este poder de hacer y transformar, si bien negado en ciertas situaciones concretas, puede renacer. Puede constituirse. No gratuitamente, sino mediante la lucha por su liberación. Con la instauración del trabajo libre y no esclavo, trabajo que otorgue la alegría de vivir.

Sin esta fe en los hombres, el diálogo es una farsa o, en la mejor de las hipótesis, se transforma en manipulación paternalista.

Al basarse en el amor, la humildad, la fe en los hombres, el diálogo se transforma en una relación horizontal en que la confianza de un polo en el otro es una consecuencia obvia. Sería una contradicción si, en tanto amoroso, humilde y lleno de fe, el diálogo no provocase este clima de confianza entre sus sujetos. Por esta misma razón, no existe esa confianza en la relación antidialógica de la concepción “bancaria” de la educación.

Si la fe en los hombres es un a priori del diálogo, la confianza se instaura en él. La confianza va haciendo que los sujetos dialógicos se vayan sintiendo cada vez más compañeros en su pronunciación del mundo. Si falta la confianza significa que fallaron las condiciones discutidas anteriormente. Un falso amor, una falsa humildad, una debilitada fe en los hombres no pueden generar confianza. La confianza implica el testimonio que un sujeto da al otro, de sus intenciones reales y concretas. No puede existir si la palabra, descaracterizada, no coincide con los actos. Decir una cosa y hacer otra, no tomando la palabra en serio, no puede ser estímulo a la confianza.

Hablar de democracia y callar al pueblo es una farsa. Hablar del humanismo y negar a los hombres es una mentira.

Tampoco hay diálogo sin esperanza. La esperanza está en la raíz de la inconclusión de los hombres, a partir de la cual se mueven éstos en permanente búsqueda. Búsqueda que, como ya señalamos, no puede darse en forma aislada, sino en una comunión con los demás hombres, por ello mismo, nada viable en la situación concreta de opresión.

La desesperanza es también una forma de silenciar, de negar el mundo, de huir de él. La deshumanización, que resulta del “orden injusto”, no puede ser razón para la pérdida de la esperanza, sino que, por el contrario, debe ser motivo de una mayor esperanza, la que conduce a la búsqueda incesante de la instauración de la humanidad negada en la injusticia.

Esperanza que no se manifiesta, sin embargo, en el gesto pasivo de quien cruza los brazos y espera. Me muevo en la esperanza en cuanto lucho y, si lucho con esperanza, espero.

Si el diálogo es el encuentro de los hombres para ser más, éste no puede realizarse en la desesperanza. Si los sujetos del diálogo nada esperan de su quehacer, ya no puede haber diálogo. Su encuentro allí es vacío y estéril. Es burocrático y fastidioso.

Finalmente, no hay diálogo verdadero si no existe en sus sujetos un pensar verdadero. Pensar crítico que, no aceptando la dicotomía mundo-hombres, reconoce entre ellos una inquebrantable solidaridad. Este es un pensar que percibe la realidad como un proceso, que la capta en constante devenir y no como algo estático. Una tal forma de pensar no se dicotomiza a sí misma de la acción y se empapa permanentemente de temporalidad, a cuyos riesgos no teme.

Se opone al pensar ingenuo, que ve el “tiempo histórico como un peso, como la estratificación de las adquisiciones y experiencias del pasado”[5] de lo que resulta que el presente debe ser algo normalizado y bien adaptado.

Para el pensar ingenuo, lo importante es la acomodación a este presente normalizado. Para el pensar crítico, la permanente transformación de la realidad, con vistas a una permanente humanización de los hombres. Para el pensar crítico, diría Pierre Furter, “la meta no será ya eliminar los riesgos de la temporalidad, adhiriéndome al espacio garantizado, sino temporalizar el espacio. El universo no se me revela —señala Funer— en el espacio imponiéndome una presencia matiza a la cual sólo puedo adaptarme, sino que se me revela como campo, un dominio que va tomando forma en la medida de mi acción”.[6]

Para el pensar ingenuo la meta es apegarse a ese espacio garantizado, ajustándose a él y al negar así la temporalidad se niega a. sí mismo.

Solamente el diálogo, que implica el pensar crítico, es capaz de generarlo. Sin él no hay comunicación y sin ésta no hay verdadera educación. Educación que, superando la contradicción educador-educando, se instaura como situación gnoseológica en que los sujetos inciden su acto cognoscente sobre el objeto cognoscible que los mediatiza.

De ahí que, para realizar esta concepción de la educación como práctica de la libertad, su dialogicidad empiece, no al encontrarse el educador-educando con los educando-educadores en una situación pedagógica, sino antes, cuando aquél se pregunta en torno a qué va a dialogar con éstos. Dicha inquietud en torno al contenido del diálogo es la inquietud a propósito del contenido programático de la educación.

Para el “educador bancario”, en su antidialogicidad, la pregunta, obviamente, no es relativa al contenido del diálogo, que para él no existe, sino con respecto al programa sobre el cual disertará a sus alumnos. Y a esta pregunta responde él mismo, organizando su programa.

Para el educador-educando, dialógico, problematizador, el contenido programático de la educación no es una donación o una imposición —un conjunto de informes que han de ser depositados en los educandos—, sino la devolución organizada, sistematizada y acrecentada al pueblo de aquellos elementos que éste le entregó en forma inestructurada.[7]

La educación auténtica, repetimos, no se hace de A para B o de A sobre B, sino A con B, con la mediación del mundo. Mundo que impresiona y desafía a unos y a otros originando visiones y puntos de vista en torno de él. Visiones impregnadas de anhelos, de dudas, de esperanzas o desesperanzas que implican temas significativos, en base a los cuales se constituirá el contenido programático de la educación. Uno de los equívocos propios de una concepción ingenua del humanismo, radica en que, en su ansia por presentar un modelo ideal de “buen hombre”, se olvida de la situación concreta, existencial, presente de los hombres mismos. “El humanismo —dice Furter— consiste en permitir la toma de conciencia de nuestra plena humanidad, como condición y obligación, como situación y proyecto.” [8]

Simplemente, no podemos llegar a los obreros, urbanos o campesinos (estos últimos de modo general inmersos en un contexto colonial, casi umbilicalmente ligados al mundo de la naturaleza del cual se sienten más parte que transformadores) para entregarles “conocimientos”, como lo hacía una concepción bancaria, o imponerles un modelo de “buen hombre” en un programa cuyo contenido hemos organizado nosotros mismos.

No serían pocos los ejemplos que podríamos citar de programas de naturaleza política, o simplemente docente, que fallaron porque sus realizadores partieron de su visión personal de la realidad. Falta verificada porque no tomaron en cuenta, en ningún instante, a los hombres en situación a quienes dirigían su programa, a no ser como meras incidencias de su acción.

Para el educador humanista o el revolucionario auténtico, la incidencia de la acción es la realidad que debe ser transformada por ellos con los otros hombres y no los hombres en sí.

Quien actúa sobre los hombres para, adoctrinándolos, adaptarlos cada vez más a la realidad que debe permanecer intocada, son los dominadores.

Lamentablemente, sin embargo, en este “engaño” de la verticalidad de la programación, “engaño” de la concepción bancaria, caen muchas veces los revolucionarios, en su empeño por obtener la adhesión del pueblo hacia la acción revolucionaria.

Se acercan a las masas campesinas o urbanas con proyectos que pueden responder a su visión del mundo, mas no necesariamente a la del pueblo.[9]

Se olvidan de que su objetivo fundamental es luchar con el pueblo por la recuperación de la humanidad robada y no conquistar al pueblo. Este verbo no debe tener cabida en su lenguaje sino en el del dominador. Al revolucionario le cabe liberar y liberarse con el pueblo y no conquistarlo.

En su actuación política, las élites dominantes son eficientes en el uso de la concepción “bancaria” (en la cual la conquista es uno de los instrumentos) porque, en la medida en que desarrollan una acción que estimula la pasividad, coincide con el estado de “inmersión” de la conciencia, oprimida.

Aprovechando esta inmersión de la conciencia oprimida, las élites; la van transformando en aquella “vasija” de que hablábamos y depositando en ella aquellos marbetes que la hacen aún más temerosa de la libertad.

Un trabajo verdaderamente liberador es incompatible con esta práctica. A través de él, lo que se ha de hacer es proponer a los oprimidos los marbetes de los opresores, como problema, propiciando así su expulsión del “interior” de los oprimidos.

En última instancia, el empeño de los humanistas no puede ser el de la lucha: de sus marbetes con los marbetes de los opresores, teniendo como intermediarios a los oprimidos, como si éstos fuesen el escenario de esta lucha, como si fuesen alojadores de los marbetes de unos .y otros. El empeño de los humanistas, por el contrario, debe centrarse en que los oprimidos tomen conciencia de que por el hecho mismo de estar siendo alojadores de los opresores, como seres duales, no están pudiendo ser.

Dicha práctica implica, por lo tanto, el que el acercamiento a las masas populares se haga, no para llevar un mensaje “salvador”, en forma de contenido que ha de ser depositado, sino para conocer, dialogando con ellas, no sólo la objetividad en que se encuentran, sino la conciencia que de esta objetividad estén teniendo, vale decir, los varios niveles de percepción que tengan de sí mismos y del mundo en el que y con el que están.

Es por esto por lo que no podemos, a menos que sea ingenuamente, esperar resultados positivos de un programa, sea éste educativo en un sentido más técnico o de acción política, que no respete la visión particular del mundo que tenga o esté teniendo el pueblo. Sin ésta el programa se constituye en una especie de invasión cultural, realizada quizá con la mejor de las intenciones, pero invasión cultural al fin.[10]

Será a partir de la situación presente, existencial y concreta, reflejando el conjunto de aspiraciones del pueblo, que podremos organizar el contenido programático de la educación y acrecentar la acción revolucionaria.

En verdad, lo que debemos hacer es plantear al pueblo, a través de ciertas contradicciones básicas, su situación existencial, concreta, presente, como problema que, a su vez, lo desafía, y haciéndolo le exige una respuesta, no a un nivel intelectual, sino al nivel de la acción.[11]

Nunca disertar solamente sobre ella ni jamás donar contenidos que poco o nada tengan que ver con sus anhelos, sus dudas, sus esperanzas, sus temores. Contenidos que, a veces, aumentan estos temores. Temores que pertenecen a la conciencia oprimida.

Nuestro papel no es hablar al pueblo sobre nuestra visión del mundo, o intentar imponerla a él, sino dialogar con el sobre su visión y la nuestra. Tenemos que estar convencidos de que su visión del mundo, manifestada en las diversas formas de su acción, refleja su situación en el mundo en el que se constituye. La acción educativa y la acción política no pueden prescindir del conocimiento crítico de esta situación, so pena de que se transformen en “bancarias” o en una prédica en el desierto.

Por esto mismo, muchas veces, educadores y políticos hablan sin ser entendidos. Su lenguaje no sintoniza con la situación concreta de los hombres a quienes hablan. Y su habla es un discurso más, alienado y alienante.

El lenguaje del educador o del político (y cada vez nos convencemos más de que este último ha de tornarse también educador en el sentido más amplio de la palabra), tanto cuanto el lenguaje del pueblo, no existen sin un pensar, y ambos, pensamiento y lenguaje, sin una estructura a la cual se encuentren referidos. De este modo, a fin de que haya comunicación eficiente entre ellos, es preciso que el educador y el político sean capaces de conocer las condiciones estructurales en que el pensamiento y el lenguaje del pueblo se constituyen dialécticamente.

De ahí, también, que el contenido programático para la acción, que surge de ambos, no puede ser de exclusiva elección de aquéllos, sino de ellos y del pueblo.

En la realidad de la que dependemos, en la conciencia que de ella tengamos educadores y pueblo, buscaremos el contenido programático de la educación.

El momento de esta búsqueda es lo que instaura el diálogo de la educación como práctica de la libertad. Es el momento en que se realiza la investigación de lo que llamamos el universo temático[12] del pueblo o el conjunto de sus temas generadores.

Dicha investigación implica necesariamente una metodología que no puede contradecir la dialogicidad de la educación liberadora. De ahí que ésta sea igualmente dialógica. De ahí que, concienciadora también, proporcione, al mismo tiempo, la aprehensión de los “temas generadores” y la toma de conciencia de los individuos en torno a ellos mismos.

Esta es la razón por la cual (en forma coherente con la finalidad liberadora de la educación dialógica) no se trata de tener en los hombres el objeto de la investigación, cuyo sujeto seria el investigador. Lo que se pretende investigar, realmente, no son los hombres, como si fuesen piezas anatómicas, sino su pensamiento-lenguaje referido a la realidad, los niveles de percepción sobre esta realidad, y su visión del mundo, mundo en el cual se encuentran envueltos sus temas generadores.

Antes de preguntarnos lo que es un tema generador, cuya respuesta nos aclarará lo que es el “universo mínimo temático”, nos parece indispensable desarrollar algunas reflexiones.

En verdad, el concepto de “tema generador” no es una creación arbitraria o una hipótesis de trabajo que deba ser comprobada. Si el “tema generador” fuera una hipótesis, que debiera ser comprobada, la investigación, en primer lugar, no sería en torno de él sino de su existencia.

En este caso, antes de buscar aprehenderlo en su riqueza, en su significado, en su pluralidad, en su devenir, en su constitución histórica, tendríamos que comprobar inicialmente su objetividad. Y sólo así podríamos intentar su captación.

Aun cuando esta posición —de duda crítica— sea legítima, nos parece que la comprobación del “tema generador”, como una concreción, es algo a lo que llegamos a través no sólo de la propia experiencia existencial sino también de una reflexión critica sobre las relaciones hombres-mundo y hombres-hombres, implícitas en las primeras.

Detengámonos en este punto, y aunque pueda parecer un lugar común, nunca será demasiado el referirnos nuevamente a los hombres como los únicos seres, entre los inconclusos, capaces de tener, no sólo su propia actividad, sino a sí mismos como objeto de su conciencia, factor que los distingue del animal, incapaz de separarse de sus actividades.

En esta distinción, aparentemente superficial, vamos a encontrar las líneas que demarcan el campo del uno y del otro, desde el punto de vista de las actividades de ambos en el espacio en que se encuentran.

Al no poder separarse de su actividad, sobre la cual no puede ejercer un acto reflexivo, el animal no consigue impregnar la transformación que realiza en el mundo de un significado que vaya más allá de si mismo.

En la medida en que su actividad es una adherencia de él, los resultados de la transformación operada a través de ella no lo sobrepasan. No se separan de él, en tanto cuanto su actividad. De ahí que ella carezca de finalidades que sean propuestas por él. Por un lado, el animal no se separa de su actividad que a él se encuentra adherida; y por otro, el punto de decisión de ésta se halla fuera de él: en la especie a que pertenece. Por el hecho de que su actividad sea él y él sea su actividad y dado que no puede separarse de ella en cuanto su punto de decisión se encuentra en su especie y no en él, el animal se constituye fundamentalmente como un “ser cerrado en sí mismo”.

Al no tener este punto de decisión en sí; al no poder objetivarse, ni objetivar su actividad; al carecer de finalidades que proponerse y proponer; al vivir “inmerso” en el “mundo” al que no consigue dar sentido; al no tener un mañana ni un hoy, por vivir en un presente aplastante, el animal es ahistórico. Su vida ahistórica se da, no en el mundo, entendido en un sentido riguroso, dado que el mundo no se constituye en un “no-yo” para él que sea capaz de constituirlo como “yo”.

El mundo humano, que es histórico, se hace, para el “ser cerrado en sí mismo” mero soporte. Su contorno no le es problemático, sino estimulante. Su vida no es un correr riesgos, en tanto que no sabe que los corre. Estos, dado que no son desafíos percibidos reflexivamente sino meramente “notados” por las señales que los apuntan, no exigen respuestas que impliquen acciones de decisión. Por esto mismo, el animal no puede comprometerse. Su condición de ahistórico no le permite asumir la vida. Y, dado que no la asume, no puede construirla. Si no la construye, tampoco puede transformar su contorno. No puede, tampoco, saberse destruido en vida, puesto que no consigue prolongar el soporte donde ella se da: en un mundo significativo y simbólico, el mundo comprensivo de la cultura y de la historia. Esta es la razón por la cual el animal no animaliza su contorno para animalizarse, ni tampoco se desanimaliza. En el bosque, como en el zoológico, continúa como un “ser cerrado en sí mismo”, tan animal aquí como allá.

Los hombres, por el contrario, al tener conciencia de su actividad y del mundo en que se encuentran, al actuar en función de finalidades que proponen y se proponen, al tener el punto de decisión de su búsqueda en sí y en sus relaciones con el mundo y con los otros, al impregnar el mundo de su presencia creadora a través de la transformación que en él realizan, en la medida en que de él pueden separarse y separándose pueden quedar con él, los hombres, contrariamente del animal, no solamente viven sino que existen y su existencia es histórica.

Si la vida del animal se da en un soporte atemporal, plano, igual, la existencia de los hombres se da en un mundo que ellos recrean y transforman incesantemente. Si en la vida del animal, el aquí no es más que un “habitas” con el que entra en contacto, en la existencia de los hombres el aquí no es solamente un espacio físico, sino también un espacio histórico.

Rigurosamente, para el animal no hay un aquí, un ahora, un allí, un mañana, un ayer, dado que, careciendo de conciencia de sí, su vivir es una determinación total. Al animal no le es posible sobrepasar los límites impuestos por el aquí, por el ahora, por el allí.

Los hombres, por el contrario, dado que son conciencia de sí y así conciencia del mundo, porque son un cuerpo consciente viven una relación dialéctica entre los condicionamientos y su libertad.

Al separarse del mundo que objetivan, al separar su actividad de sí mismos, al tener el punto de decisión de su actividad en sí y en sus relaciones con el mundo y con los otros, los hombres sobrepasan las “situaciones límites” que no deben ser tomadas como si fueran barreras insuperables, más allá de las cuales nada existiera.[13]

En el momento mismo en que los hombres las aprehendan como frenos, en que ellas se configuren como obstáculos para su liberación, se transforman en “percibidos destacados” en su “visión de fondo. Se revelan así como lo que realmente son: dimensiones concretas e históricas de una realidad determinada. Dimensiones desafiantes de los hombres que inciden sobre ellas a través de las acciones que Vieira Pinto llama “actos límites”, aquellos que se dirigen a la superación y negación de lo otorgado, en lugar de implicar su aceptación dócil y pasiva.

Ésta es la razón por la cual no son las “situaciones limites”, en si mismas, generadoras de un clima de desesperanza, sirio la percepción que los hombres tengan de ellas en un momento histórico determinado, como un freno para ellos, como algo que ellos no pueden superar. En el momento en que se instaura la percepción crítica en la acción misma, se desarrolla un clima de esperanza y confianza que conduce a los hombres a empeñarse en la superación de las “situaciones límites”.

Dicha superación, que no existe fuera de las relaciones hombres-mundo, solamente puede verificarse a través de la acción de los hombres sobre la realidad concreta en que se dan las “situaciones límites”.

Superadas estas, con la transformación de la realidad, surgirán situaciones nuevas que provoquen otros “actos limites” de los hombres.

De este modo, lo propio de los hombres es estar, como conciencia de sí y del mundo, en relación de enfrentamiento con su realidad, en la cual históricamente se dan las “situaciones límites”. Y este enfrentamiento con la realidad para la superación de los obstáculos sólo puede ser hecho históricamente, como históricamente se objetivan las “situaciones límites”.

En el “mundo” del animal, que no es rigurosamente mundo sino soporte en el que está, no existen las “situaciones límites” dado el carácter ahistórico del segundo que se extiende al primero.

No siendo el animal un “ser para sí”, le falta el poder de ejercer “actos límites” que implican una postura de decisión frente al mundo, del cual el ser se “separa” y, objetivándolo, lo transforma con su acción. Preso orgánicamente en su soporte, el animal no se distingue de él.

De este modo, en lugar de “situaciones límites” que son históricas, es el soporte mismo, macizamente, que lo limita. Lo propio del animal es, por lo tanto, no estar en relación con su soporte —si lo estuviese, el soporte sería mundo— pera adaptado a él. De ahí que, como un “ser cerrado en sí mismo”, al “producir un nido, una colmena, un hueco donde vivir, no está creando realmente productos que sean el resultado de 'actos limites', respuestas transformadoras: su actividad productora está sometida a la satisfacción de una necesidad física puramente estimulante y no desafiante. De ahí, que sus productos, sin duda alguna, pertenezcan directamente a sus cuerpos físicos, en tanto que el hombre es libre frente a su producto”.[14]

Solamente en la medida en que los productos que resultan de la actividad del ser “no pertenezcan a sus cuerpos físicos”, aunque reciban su sello, darán origen a la dimensión significativa del contexto que así se hace mundo.

De ahí en adelante, este ser, que en esta forma actúa y que, necesariamente, es un ser consciente de sí, un “ser para sí”, no podría ser, si no estuviese siendo en el mundo con el cual está, como tampoco existiría este mundo si este ser no existiese.

La diferencia entre los dos, entre el animal, de cuya actividad, por no constituir “actos limites”, no resulta una producción más allá de sí, y los hombres que, a través de su acción sobre el mundo, crean el dominio de la cultura y de la historia, radica en que sólo éstos son seres de la praxis. Solamente éstos son praxis. Praxis que, siendo reflexión y acción verdaderamente transformadoras de la realidad, es fuente de conocimiento y creación. En efecto, en cuanto la actividad animal, realizada sin praxis, no implica una creación, la transformación ejercida por los hombres si la implica.

Y es como seres transformadores y creadores que los hombres, en sus relaciones permanentes con la realidad, producen, no solamente los bienes materiales, las cosas sensibles, los objetos, sino también las instituciones sociales, sus ideas, sus concepciones.[15]

A través de su permanente quehacer transformador de la realidad objetiva, los hombres simultáneamente crean la historia y se hacen seres histórico-sociales.

Porque al contrario del animal, los hombres pueden tridimensionalizar el tiempo (pasado-presente-futuro) que, con todo, no son departamentos estancos. Su historia, en función de sus mismas creaciones, va desarrollándose en constante devenir, en el cual se concretan sus unidades epocales. Estas, como el ayer, el hoy y el mañana, no son secciones cerradas e intercomunicables en el tiempo, que quedan petrificadas y en las cuales los hombres se encuentran enclaustrados. Si así fuere, desaparecería una condición fundamental de la historia, su continuidad. Las unidades epocales, por el contrario, están relacionadas las unas con las otras,[16] en la dinámica de la continuidad histórica.

Una unidad epocal se caracteriza por el conjunto de ideas, concepciones, esperanzas, dudas, valores, desafíos, en interacción dialéctica con sus contrarios, en búsqueda de la plenitud. La representación concreta de muchas de estas ideas, de estos valores, de estas concepciones y esperanzas, así como los obstáculos al ser más de los hombres, constituyen los temas de la época.

Estos no solamente implican los otros que son sus contrarios, a veces antagónicos, sino que indican también tareas que deben ser realizadas y cumplidas. De este modo, no hay manera de captar los temas históricos aislados, sueltos, desconectados, cosificados, detenidos, sino en relación dialéctica con los otros, sus opuestos.

Así como no existe otro lugar para encontrarlos que no sean las relaciones hombres-mundo. El conjunto de los temas en interacción constituye el “universo temático” de la época.

Frente a este “universo de temas” que dialécticamente se contradicen, los hombres toman sus posiciones, también contradictorias, realizando tareas unos en favor del mantenimiento de las estructuras, otros en favor del cambio.

En la medida en que se profundiza el antagonismo entre los temas que son la expresión de la realidad, existe una tendencia hacia la mitificación de la temática y de la realidad misma que, de un modo general, instaura un clima de “irracionalidad” y de sectarismo.

Dicho clima amenaza agotar los temas de su significado más profundo al quitarles la connotación dinámica que los caracteriza.

En el momento en que en una sociedad, en una época tal, la propia irracionalidad mitificadora pasa a constituir uno de los temas fundamentales, tendrá como su opuesto contendor la visión critica y la dinámica de la realidad que, empeñándose en favor de su descubrimiento, desenmascara su mitificación y busca la plena realización de la tarea humana: la transformación constante de la realidad para la liberación de los hombres.

Los temas[17] se encuentran, en última instancia, por un lado envueltos y, por otro, envolviendo las “situaciones límites”, en cuanto las tareas que ellos implican al cumplirse constituyen los “actos límites” a los cuales nos hemos referido.

En cuanto los temas no son percibidos como tales, envueltos y envolviendo las “situaciones limites”, las tareas referidas a ellos, que son las respuestas de los hombres a través de su acción histórica, no se dan en términos auténticos o críticos.

En este caso, los temas se encuentran encubiertos por las “situaciones límites” que se presentan a los hombres como si fuesen determinantes históricas, aplastantes, frente a las cuales no les cabe otra alternativa, sino el adaptarse a ellas. De este modo, los hombres no llegan a trascender las “situaciones límites” ni a descubrir y divisar más allá de ellas y, en relación contradictoria con ellas, el inédito viable.

En síntesis, las “situaciones límites” implican la existencia de aquellos a quienes directa o indirectamente sirven y de aquellos a quienes niegan y frenan.

En el momento en que éstos las perciben ya no más como una “frontera entre el ser y la nada, sino como una frontera entre el ser y el más ser”, se hacen cada vez más críticos en su acción ligada a aquella percepción. Percepción en que se encuentra implícito el inédito viable como algo definido a cuya concreción se dirigirá su acción.

La tendencia, entonces, de los primeros, es vislumbrar el inédito viable, todavía como inédito viable, una “situación limite” amenazadora que, por esto mismo, necesita no concretarse. De ahí que actúen en el sentido de mantener la “situación límite” que les es favorable.[18]

De este modo, se impone a la acción liberadora, que es histórica, sobre un contexto también histórico, la exigencia de que esté en relación de correspondencia, no sólo con los temas generadores, sino con la percepción que de ellos estén teniendo los hombres. Esta exigencia necesariamente implica una segunda: la investigación de la temática significativa.

Los temas generadores pueden ser localizados en círculos concéntricos que parten de lo más general a lo más particular.

Temas de carácter universal, contenidos en la unidad epocal más amplia que abarca toda una gama de unidades y subunidades, continentales, regionales, nacionales, etc., diversificados entre sí”. Como tema fundamental de esta unidad más amplia, que podremos llamar nuestra época, se encuentra, a nuestro parecer, el de la liberación que indica a su contrario, el tema de la dominación, como objetivo que debe ser alcanzado. Es este tema angustiante el que va dando a nuestra época el carácter antropológico a que hicimos referencia anteriormente.

A fin de alcanzar la meta de la liberación, la que no se consigue sin la desaparición de la opresión deshumanizante, es imprescindible la superación de las “situaciones límites” en que los hombres se encuentran cosificados. En círculos menos amplios nos encontramos con temas y “situaciones límites” características de sociedades de un mismo continente o de continente distinto que tienen en esos temas y en esas situaciones límites similitudes históricas.

La “situación límite” del subdesarrollo al cual está ligado el problema de la dependencia, como tantos otros, es una connotación característica del “Tercer Mundo” y tiene, como tarea, la superación de la “situación límite”, que es una totalidad, mediante la creación de otra totalidad: la del desarrollo.

Si miramos ahora una sociedad determinada en su unidad epocal, percibiremos que, además de una temática universal, continental o de un mundo específico de semejanza históricas, ella vive sus propios temas, sus “situaciones límites”.

En un circulo más restringido, observaremos diversificaciones temáticas dentro de una misma sociedad, en las áreas y subáreas en que se divide y todas, sin embargo, en relación con el todo en que participan. Son áreas y subáreas que constituyen subunidades epocales. En una misma unidad nacional, encontramos la contradicción de la “contemporaneidad de lo no coetáneo”.

En las subunidades referidas, los temas de carácter nacional pueden ser o no ser captados en su verdadero significado, o simplemente pueden ser sentidos. A veces, ni siquiera son sentidos.

Lo imposible, sin embargo, es la inexistencia de temas en estas subunidades epocales. El hecho de que los individuos de un área no capten un “tema generador” sólo aparentemente oculto o el hecho de captarlo en forma distorsionada puede significar ya la existencia de una “situación límite” de opresión, en que los hombres se encuentran más inmersos que emersos.

De un modo general, la conciencia dominada, no sólo popular, que no captó todavía la “situación límite” en su globalidad, queda en la aprehensión de sus manifestaciones periféricas a las cuales presta la fuerza inhibidora que cabe, sin embargo, a la “situación límite”.[19]

Este es un hecho de importancia indiscutible para el investigador de la temática o del “tema generador”.

La cuestión fundamental en este caso radica en que, faltando a los hombres una comprensión crítica de la totalidad en que están, captándola en pedazos en los cuales no reconocen la interacción constitutiva de la misma totalidad, no pueden conocerla, y no pueden porque para hacerlo requerirían partir del punto inverso. Esto es, les sería indispensable tener antes la visión totalizada del contexto para que, en seguida, separaran y aislaran los elementos o las parcialidades del contexto, a través de cuya escisión volverían con más claridad a la totalidad analizada.

Éste es un esfuerzo que cabe realizar en la metodología de la investigación que proponemos, como en la educación problematizadora que defendemos. El esfuerzo de presentar a los individuos dimensiones significativas de su realidad, cuyo análisis crítico les posibilite reconocer la interacción de sus partes.

De esta manera, las dimensiones significativas que, a su vez, están constituidas de partes en interacción, al ser analizadas, deben ser percibidas por los individuos como dimensiones de la totalidad. De este modo, el análisis crítico de una dimensión significativo-existencial posibilita a los individuos una nueva postura, también crítica, frente a las “situaciones límites”. La captación y la comprensión de la realidad se rehacen, ganando un nivel que hasta entonces no tenían. Los hombres tienden a percibir que su comprensión y que la “razón” de la realidad no están fuera de ella, como, a su vez, no se encuentra dicotomizada de ellos, como si fuese un mundo aparte, misterioso y extraño, que los aplastase.

En este sentido, la investigación del “tema generador”, que se encuentra contenido en el “universo temático” mínimo (los temas generadores en interacción), se realiza por medio de una metodología concienciadora. Más allá de posibilitarnos su aprehensión, inserta o comienza a insertar a los hombres en una forma critica de pensar su mundo

Empero, en la medida en que en la captación del todo que se ofrece a la comprensión de los hombres, éste se les presenta como algo espeso que los envuelve y que no llegan a vislumbrar, se hace indispensable que su búsqueda se realice a través de la abstracción. No significa esto la reducción de lo concreto a lo abstracto, lo que equivaldría a negar su dialecticidad, sino tenerlos como opuestos que se dialectizan en el acto de pensar.

En el análisis de una situación existencial concreta, “codificada”,[20] se verifica exactamente este movimiento del pensar.

La descodificación de la situación existencial provoca esta postura normal, que implica un partir abstractamente hasta llegar a lo concreto, que implica una ida de las partes al todo y una vuelta de éste a las partes, que implica un reconocimiento del sujeto en el objeto (la situación existencial concreta) y del objeto como la situación en que está el sujeto.[21]

Este movimiento de ida y vuelta, de lo abstracto a lo concreto, que se da en el análisis de una situación codificada, si se hace bien la descodificación, conduce a la superación de la abstracción con la percepción crítica de lo concreto, ahora ya no más realidad espesa y poco vislumbrada.

Realmente, frente a una situación existencial codificada (situación diseñada o fotografiada que remite, por abstracción, a lo concreto de la realidad existencial), la tendencia de los individuos es realizar una especie de “escisión” en la situación que se les presenta. Esta “escisión” en la práctica de la descodificación corresponde a la etapa que llamamos de “descripción de la situación”. La escisión de la situación figurada posibilita el descubrir la interacción entre las partes del todo escindido.

Este todo, que es la situación figurada (codificada) y que antes había sido aprehendida difusamente, pasa a ganar significado en la medida en que sufre la “escisión” y en que el pensar vuelve hacia él, a partir de las dimensiones resultantes de la escisión. Sin embargo, como la codificación es la representación de una situación existencial, la tendencia de los individuos es dar el paso de la representación de la situación (codificación) a la misma situación concreta en la que y con la que se encuentran.

Teóricamente, es lícito esperar que los individuos pasen a comportarse de la misma forma frente a su realidad objetiva, de lo que resulta que ella deja de ser un callejón sin salida para ser lo que en verdad es: un desafío frente al cual los hombres tienen que responder.

En todas las etapas de la descodificación estarán los hombres exteriorizando su visión del mundo, su forma de pensarlo, su percepción fatalista de la “situación limite” o la percepción estática o dinámica de la realidad y, en la expresión de esta forma fatalista de pensar el mundo, de pensarlo dinámica o estáticamente, en la manera como realizan su enfrentamiento con el mundo, se encuentran envueltos sus “temas generadores”.

Aun cuando un grupo de individuos no llegue a expresar concretamente una temática generadora, o lo que puede parecer inexistencia de temas, sugiere, por el contrario, la existencia de un tema dramático: el tema del silencio. Sugiere una estructura constitutiva del mutismo ante la fuerza aplastante de las “situaciones límites” frente a las cuales lo obvio es la adaptación.

Es importante subrayar de nuevo que el “tema generador” no se encuentra en los hombres aislados de la realidad ni tampoco en la realidad separada de los hombres y, mucho menos, en una “tierra de nadie”. Sólo puede estar comprendido en las relaciones hombres-mundo.

Investigar el “tema generador” es investigar, repitamos, el pensamiento de los hombres referidos a la realidad, es investigar su actuar sobre la realidad, que es su praxis.

La metodología que defendemos exige, por esto mismo, que en el flujo de la investigación se hagan ambos sujetos de la misma, tanto los investigadores como los hombres del pueblo que, aparentemente, serían su objeto.

Cuanto más asuman los hombres una postura activa en la investigación temática, tanto más profundizan su toma de conciencia en torno de la realidad y, explicitada su temática significativa, se la apropian.

Podrá decirse que este tener en los hombres los sujetos de la búsqueda de su temática significativa sacrifica la objetividad de la investigación. Que los hallazgos ya no serán “puros” porque habrán sufrido una interferencia intrusa. En el caso, en última instancia, de aquellos que son o deben ser los mayores interesados en su propia educación.

Esto revela una conciencia ingenua de la investigación temática, para la cual los temas existirían en su pureza objetiva y original fuera de los hombres, como si fuesen cosas.

Los temas, en verdad, existen en los hombres, en sus relaciones con el mundo, referidos a hechos concretos. Un mismo hecho objetivo puede provocar, en una subunidad epocal, un conjunto de “temas generadores”, y en otra no provocar los mismos necesariamente. Existe, pues, una relación entre el hecho objetivo, como un dato, la percepción que de él tengan los hombres y los “temas generadores”.

Es a través de los hombres que se expresa la temática significativa, y al expresarse en determinado momento puede ya no ser, exactamente, lo que era antes, desde el momento en que haya cambiado su percepción de los datos objetivos a los cuales se hayan referido los temas.

Desde el punto de vista del investigador, importa, en el análisis que haga en el proceso de la investigación, detectar el punto de partida de los hombres en su modo de visualizar la objetividad, verificando si durante el proceso se observa o no alguna transformación en su modo de percibir la realidad.

La realidad objetiva continúa siendo la misma. Si la percepción de ella varió en el flujo de la investigación, esto no significa perjudicar en nada su validez. La temática significativa aparece, de cualquier modo, con su conjunto de dudas, de anhelos, de esperanzas.

Es preciso que nos convenzamos de que las aspiraciones, los motivos, las finalidades que se encuentran implícitos en la temática significativa, son aspiraciones, finalidades y motivos humanos. Por esto, no están ahí, en un cierto espacio, como cosas petrificadas, sino que están siendo. Son tan históricos como los hombres. Insistimos, no pueden ser captados fuera de ellos.

Captarlos y entenderlos es entender a los hombres que los encarnan y la realidad referida a ellos. Pero, precisamente porque no es posible entenderlos fuera de los hombres, es necesario que éstos también los entiendan. La investigación temática se hace, así, un esfuerzo común de toma de conciencia de la realidad y de autoconciencia, que la inscribe como punto de partida del proceso educativo o de la acción cultural de carácter liberador.

Es por esto por lo que, para nosotros, el riesgo de la investigación no radica en que los supuestos investigados se descubran investigadores y, de este modo, “corrompan” los resultados del análisis. El riesgo radica exactamente en lo contrario. En dislocar el centro de la investigación, desde la temática significativa, que es el objeto de análisis, a los hombres considerados objetos de la investigación. Esta investigación en base a la cual se pretende elaborar el programa educativo, en cuya práctica educador-educando y educandos-educadores conjugan su acción cognoscente sobre el mismo objeto cognoscible, tiene que basarse, igualmente, en la reciprocidad de la acción. En este caso, de la misma acción de investigar.

La investigación temática, que se da en el dominio de lo humano y no en el de las cosas, no puede reducirse a un acto mecánico. Siendo un proceso de búsqueda de conocimiento, y por lo tanto de creación, exige de sus sujetos que vayan descubriendo, en el encadenamiento de los temas significativos, la interpenetración de los problemas.

Es por esto por lo que la investigación se hará tanto más pedagógica cuanto más crítica y tanto más crítica en cuanto, dejando de perderse en los esquemas estrechos de las visiones parciales de la realidad, de las visiones “focalistas” de la realidad, se fije en la comprensión de la totalidad.

Es así como, en el proceso de búsqueda de la temática significativa, ya debe estar presente la preocupación por la problematización de los propios temas. Por sus vinculaciones con otros. Por su envoltura histórico-cultural.

Tal como no es posible —factor que destacamos al iniciar este capitulo— elaborar un programa para ser donado al pueblo, tampoco lo es elaborar la ruta de investigación del universo temático en base a puntos preestablecidos por los investigadores que se juzgan a si mismos los sujetos exclusivos de la investigación.

Tanto como la educación, la investigación que a ella sirve tiene que ser una operación simpática, en el sentido etimológico de la palabra. Esto es, tiene que constituirse en la comunicación, en el sentir común de una realidad que no puede ser vista, mecanicistamente, separada, simplistamente bien “comportada”, sino en la complejidad de su permanente devenir.

Investigadores profesionales y pueblo, en esta operación simpática que es la investigación del tema generador, son ambos sujetos de este proceso.

El investigador de la temática significativa que, en nombre de la objetividad científica, transforma lo orgánico en inorgánico, lo que está siendo en lo que es, lo vivo en muerto, teme al cambio. Teme a la transformación. Ve en ésta, a la que no niega pero sí rechaza, no un anuncio de vida, sino un anuncio de muerte, de deterioro. Quiere conocer el cambio, no para estimularlo o profundizarlo, sino para frenarlo.

Sin embargo, al temer al cambio, al intentar aprisionar la vida, al reducirla a esquemas rígidos, al hacer del pueblo objeto de su acción investigadora, al ver en el cambio el anuncio de la muerte, mata la vida y no puede esconder su marca necrófila.

La investigación de la temática, repetimos, envuelve la investigación del propio pensar del pueblo. Pensar que no se da fuera de los hombres, ni en un hombre solo, ni en el vacío, sino en los hombres y entre los hombres, referidos a la realidad.

No puedo investigar el pensar de otro referido al mundo si no pienso. Pero no pienso auténticamente si los otros tampoco piensan. Simplemente, no puedo pensar por los otros ni para los otros, ni sin los otros. La investigación del pensar del pueblo no puede ser hecha sin el pueblo, sino con él, como sujeto de su pensamiento. Y si su pensamiento es mágico o ingenuo, será pensando su pensar en la acción que él mismo se superará. Y la superación no se logra en el acto de consumir ideas, sino de producirlas y transformarlas en la acción y en la comunicación.

Siendo los hombres seres en “situación, se encuentran enraizados en condiciones temporales y espaciales que los marcan y que, a su vez, ellos marcan. Su tendencia es reflexionar sobre su propia situacionalidad, en la medida en que, desafiados por ella, actúan sobre ella. Esta reflexión implica, por esto mismo, algo más que estar en situacionalidad, que es su posición fundamental. Los hombres son porque están en situación.

Y serán tanto más cuanto no sólo piensen críticamente su estar, sino que críticamente actúen sobre él.

Esta reflexión sobre la situacionalidad equivale a pensar la propia condición de existir. Un pensar critico, a través del cual los hombres se descubren en “situación”. Sólo en la medida en que ésta deja de parecerles una realidad espesa que los envuelve, algo más o menos nublado en el que y bajo el cual se hallan, un callejón sin salida que los angustia, y lo captan como la situación objetivo-problemática en que se encuentran, significa que existe el compromiso. De la inmersión en que se hallaban emergen capacitándose para insertarse en la realidad que se va descubriendo.

De este modo, la inserción es un estado mayor que la emersión y resulta de la concienciación de la situación. Es la propia conciencia histórica.

De ahí que sea la concienciación la profundización de la toma de conciencia, característica de toda emersión.

Es en este sentido que toda investigación temática de carácter concienciador se hará pedagógica y toda educación auténtica se transforma en investigación del pensar.

Cuanto más investigo el pensar del pueblo con el, tanto más nos educamos juntos. Cuanto más nos educamos, tanto más continuamos investigando.

Educación e investigación temática, en la concepción problematizadora de la educación, se tornan momentos de un mismo proceso.

Mientras en la práctica “bancaria” de la educación, antidialógica por esencia y, por ende, no comunicativa, el educador deposita en el educando el contenido programático de la educación, que él mismo elabora o elaboran para él, en la práctica problematizadora, dialógica por excelencia, este contenido, que jamás es “depositado”, se organiza y se constituye en la visión del mundo de los educandos, en la que se encuentran sus “temas generadores”. Por esta razón, el contenido ha de estar siempre renovándose y ampliándose.

La tarea del educador dialógico es, trabajando en equipo interdisciplinario este universo temático recogido en la investigación, devolverlo no como disertación sino como problema a los hombres de quienes lo recibió.

Si en la etapa de alfabetización, la educación problematizadora o educación de la comunicación busca e investiga la “palabra generadora”,[22] en la posalfabetización busca e investiga el “tema generador”.

En una visión liberadora y no “bancaria” de la educación, su contenido programático no implica finalidades que deben ser impuestas al pueblo, sino, por el contrario, dado que nace de él, en diálogo con los educadores, refleja sus anhelos y esperanzas. De ahí la exigencia de la investigación de la temática como punto de partida del proceso educativo, como punto de partida de su dialogicidad.

De ahí también el imperativo de que la metodología de la investigación sea también concienciadora.

¿Qué haremos, por ejemplo, si tenemos la responsabilidad de coordinar un plan de educación de adultos en un área campesina, que revela, incluso, un alto porcentaje de analfabetismo? El plan incluiría la alfabetización y la posalfabetización. Estaríamos, por lo tanto, obligados a realizar tanto la investigación de las palabras “generadoras” como la de los “temas generadores” en base a los cuales tendríamos el programa para ambas etapas del desarrollo del plan.

Concentrémonos, con todo, en la investigación de los “temas generadores” o de la temática significativa.[23]

Delimitada el área en que se va a trabajar, conocida ésta a través de fuentes secundarias, empiezan los investigadores la primera etapa de la investigación.

Ésta, como todo comienzo, en cualquier actividad en el dominio de lo humano, puede presentar dificultades y riesgos. Riesgos y dificultades normales, hasta cierto punto, aunque no siempre existentes, en la primera aproximación a los individuos del área.

Es que, en este encuentro, los investigadores necesitan obtener que un número significativo de personas acepte sostener una conversación informal con ellos y en la cual les hablarán sobre los objetivos de su presencia en el área. En la cual explicarán el porqué, el cómo y el para qué de la investigación que pretenden realizar y que no pueden hacer si no se establece una relación de simpatía y confianza mutuas.

En el caso de que aceptaran la reunión y en ésta adhirieran no sólo a la investigación sino al proceso que le sigue,[24] deben los investigadores estimular a los presentes para que, de entre ellos, aparezcan quienes quieran participar directamente del proceso de la investigación como sus auxiliares. De este modo, ésta se inicia con un diálogo sin rodeos, entre todos.

Una serie de informaciones sobre la vida en el área, necesarias para su comprensión, tendrá sus recolectores en estos voluntarios. Sin embargo, mucho más importante que la recolección de estos datos es su presencia activa en la investigación.

Conjuntamente con el trabajo del equipo local, los investigadores inician sus visitas al área, siempre auténticamente, nunca forzosamente, como observadores simpáticos. Por esto mismo, con actitudes comprensivas frente a lo que observan.

Si bien es normal que los investigadores lleguen al área de investigación moviéndose dentro de un marco conceptual y valorativo que estará presente en su percepción del observado, esto no debe significar, sin embargo, que deban transformar la investigación temática en un medio para imponer este marco.

La única dimensión que se supone deban tener los investigadores en este marco en el cual se mueven y el cual se espera que se haga común con aquel de los hombres cuya temática se busca investigar, es la de la percepción critica de su realidad, que implica un método correcto de aproximación de lo concreto para descubrirlo. Y esto no se impone.

Es en este sentido que, desde sus comienzos, la investigación temática se va conformando como un quehacer educativo. Como acción cultural.

En sus visitas, los investigadores van fijando su “mirada” critica en el área en estudio, como si ella fuese para ellos una especie de “codificación” al vivo, enorme y sui generis que los desafía. Por esto mismo, visualizando el área como una totalidad, intentarán, visita tras visita, realizar la “escisión” de ésta, en el análisis de las dimensiones parciales que los van impresionando.

En este esfuerzo de “escisión”, con el que más adelante volverán a adentrarse en la totalidad, van ampliando su comprensión de ella, en la interacción de sus partes.

En la etapa de esta descodificación, igualmente sui generis, los investigadores ora inciden su visión crítica, observadora, directamente sobre ciertos momentos de la existencia del área, ora lo hacen a través de diálogos informales con sus habitantes.

En la medida en que realizan la descodificación de esta codificación viva, sea por la observación de los hechos, sea a través de la conversación informal con los habitantes del área, irán registrando incluso aquellas cosas que, aparentemente, son poco importantes. El modo de conversar de los hombres; su forma de ser. Su comportamiento en el culto religioso, en el trabajo. Irán registrando las expresiones del pueblo, su lenguaje, sus palabras, su sintaxis, que no es lo mismo que su pronunciación defectuosa, sino la forma de construir su pensamiento.[25]

Esta descodificación de lo vivo implica, necesariamente, el que los investigadores, a su vez, sorprendan el área en momentos distintos. Es necesario que lo visiten en horas de trabajo en el campo; que asistan a reuniones de alguna asociación popular, observando el comportamiento de sus participantes, el lenguaje usado, las relaciones entre directorio y socios; el papel que desempeñan las mujeres, los jóvenes. Es indispensable que la visiten en horas de descanso, que presencien a sus habitantes en actividades deportivas; que conversen con las personas en sus casas, registrando manifestaciones en torno a las relaciones marido-mujer, padres-hijos; en fin, que ninguna actividad, en esta etapa, se pierda en esta primera comprensión del área.

A propósito de cada una de estas visitas de observación comprensiva, los investigadores deben redactar un pequeño informe, cuyo contenido sea discutido por el equipo reunido en seminario, y en el cual se vayan evaluando los hallazgos, tanto de los investigadores profesionales como de los auxiliares de la investigación y representantes del pueblo, en estas primeras observaciones que ellos realizaron. De ahí que este seminario de evaluación deba realizarse en el área de trabajo, para que puedan éstos participar de él.

Se observa que los puntos fijados por los diversos investigadores, que sólo son conocidos por todos en las reuniones de seminario evaluativo, coinciden, de modo general, con excepción de uno que otro aspecto que impresionó más singularmente a uno u otro investigador.

Dichas reuniones de evaluación constituyen un segundo momento de la “descodificación” al vivo que los investigadores realizan de la realidad que se les presenta como aquella codificación sui generis.

En efecto, en la medida en que, uno a uno, van todos exponiendo cómo percibieron este o aquel momento que más les impresionó en el ensayo descodificador, cada exposición particular, desafiándolos a todos, como descodificadores de la misma realidad, va representándoles la realidad recién presentada a su conciencia, intencionada a ella. En este momento “re- admiran” su admiración anterior en el relato de la “admiración” de los demás.

De este modo, la escisión que cada uno hace de la realidad, en el proceso particular de su descodificación, lo remite dialógicamente al todo “escindido” que se retotaliza y se ofrece a los investigadores para un nuevo análisis, al que seguirá un nuevo seminario evaluativo y crítico del que participarán, como miembros del equipo, los representantes populares.

Cuanto más escindan el todo y lo retotalicen en la re-admiración que hacen de su admiración, más se van aproximando a los núcleos centrales de las contradicciones principales y secundarias en que están envueltos los individuos del área.

Podríamos pensar que en esta primera etapa de la investigación, al apropiarse de los núcleos centrales de aquellas contradicciones a través de su observación, los investigadores estarían capacitados para organizar el contenido programático de la acción educativa.

En verdad, si el contenido de esta acción refleja las contradicciones del área, estará indiscutiblemente constituido por su temática significativa.

No tememos, inclusive, afirmar que el margen de probabilidad de éxito para la acción que se desarrollará a partir de estos datos sería mucho mayor que el de una acción cuyos contenidos resultaran de programaciones verticales.

Esta no debe ser una tentación por la cual los investigadores se dejen seducir.

Lo básico, a partir de la percepción inicial de este núcleo de contradicciones, entre los cuales estará incluida la principal de la sociedad como una unidad epocal mayor, es estudiar a qué nivel de percepción de ellas se encuentran los individuos del área.

En el fondo, estas contradicciones se encuentran constituyendo “situaciones límites”, envolviendo temas y apuntando tareas.

Si los individuos se encuentran adheridos a estas “situaciones límites”, imposibilitados de “separarse” de ellas, el tema a ellas referido será necesariamente el de fatalismo y la tarea a él asociada es la de no tener tarea alguna.

Es por esto por lo que, aunque las “situaciones límites” sean realidades objetivas y estén provocando necesidades en los individuos, se impone investigar con ellos la conciencia que de ellas tengan.

Una “situación limite”, como realidad concreta, puede provocar en individuos de áreas diferentes, y hasta de subáreas de una misma área, temas y tareas opuestas, que exigen, por lo tanto, una diversificación programática para su descubrimiento.

De ahí que la preocupación básica de los investigadores debe centrarse en el conocimiento de lo que Goldman[26] llama “conciencia real” (efectiva) y “conciencia máxima posible”.

La conciencia real (o efectiva), al constituirse en los “obstáculos y desvíos” que la realidad empírica impone a la instauración de la “conciencia máxima posible” —“máximo de conciencia adecuada a la realidad”—, implica la imposibilidad de la percepción, más allá de las “situaciones limites'', de lo que denominamos como el “inédito viable”.

Es porque, para nosotros, el “inédito viable” (el cual no puede ser aprehendido al nivel de la “conciencia real o efectivo”) se concreta en la acción que se lleva a efecto, y cuya viabilidad no era percibida. Existe, así, una relación entre el “inédito viable” y la conciencia real, entre la acción que se lleva a cabo y la “conciencia máxima posible”.

La “conciencia posible” (Goldman) parece poder ser identificada con lo que Nicolai[27] llama “soluciones practicables no percibidas” (nuestro “inédito viable”) en oposición a las “soluciones practicables percibidas” y a las “soluciones efectivamente realizables” que corresponden a la “conciencia real” (o efectiva) de Goldman.

Esta es la razón por la cual el hecho de que los investigadores, en la primera etapa de la investigación, hayan llegado a la aprehensión más o menos aproximada del conjunto de contradicciones, no los autoriza a pensar en la estructuración del contenido programático de la acción educativa. Hasta entonces, esta visión es todavía la de ellos y no la de los individuos frente a su realidad.

La segunda fase de la investigación comienza precisamente cuando los investigadores, con los datos que recogieron, llegan a la aprehensión de aquel conjunto de contradicciones.

A partir de este momento, siempre en equipo, se escogerán algunas de estas contradicciones, con las que se elaborarán las codificaciones que servirán para la investigación temática.

En la medida en que las codificaciones (pintadas o fotografiadas y, en ciertos casos, preferentemente fotografiadas)[28] son el objeto que se ofrece al análisis crítico de los sujetos descodificadores y del cual dependen, su preparación debe obedecer a ciertos principios que no son solamente los que guían la confección de simples ayudas visuales.

Una primera condición que debe cumplirse se refiere a que, necesariamente, deben representar situaciones conocidas por los individuos cuya temática se busca detectar, lo que las hace reconocibles para ellos, posibilitando, de este modo, su reconocimiento en ellas.

No sería posible, ni en el proceso de investigación, ni en las primeras fases de lo que a ella sigue, el de la devolución de la temática significativa como contenido programático, proponer representaciones de realidades extrañas a los individuos.

Es que este procedimiento, aunque dialéctico, puesto que los individuos, al analizar una realidad extraña, la comparan con la suya, descubriendo las limitaciones de ésta, no puede proceder a otro, exigible por el estado de inmersión de los individuos: aquel en que, analizando su propia realidad, perciben su percepción anterior, de lo que resulta una nueva percepción de la realidad, percibida en forma distorsionada.

Igualmente fundamental para su preparación es la condición de que las codificaciones no tengan su núcleo temático ni demasiado explícito, ni demasiado enigmático. En el primer caso, corren el riesgo de transformarse en codificaciones propagandistas, frente a las cuales los individuos no tienen otra descodificación que hacer, sino la que se encuentra implícita en ellas, en forma dirigida. En el segundo caso, se corre el riesgo de convertirse en juego de adivinanzas o en un “rompecabezas”.

En la medida en que representan situaciones existenciales, las codificaciones deben ser simples en su complejidad y ofrecer posibilidades múltiples de análisis en su descodificación, lo que evita el dirigismo masificador de la codificación propagandista. Las codificaciones no son marbetes, son objetos cognoscibles, desafíos sobre los que debe incidir la reflexión crítica de los sujetos descodificadores.[29]

Al ofrecer posibilidades múltiples de análisis en el proceso de su descodificación, las codificaciones, en la organización de sus elementos constitutivos, deben ser una especie de “abanico temático”. De esta forma, en la medida en que los sujetos descodificadores incidan su reflexión critica sobre ellas, irá “abriéndose” en dirección de otros temas.

Dicha apertura, que no existirá en caso de que su contenido temático esté demasiado explícito o demasiado enigmático, es indispensable para la percepción de las relaciones dialécticas que existen entre lo que representan y sus contrarios.

A fin de atender, igualmente, a esta exigencia fundamental, es indispensable que la codificación, reflejando una situación existencial, constituya objetivamente una totalidad. De ahí que sus elementos deban encontrarse en interacción, en la composición de la totalidad.

En el proceso de la descodificación los individuos, exteriorizando su temática, explicitan su “conciencia real” de la objetividad.

En la medida en que, al hacerlo, van percibiendo cómo actuaban al vivir la situación analizada, llegan a lo que antes denominábamos percepción de la percepción anterior.

Al tener la percepción de la percepción anterior, perciben en forma diferente la realidad y, ampliando el horizonte de su percibir, van sorprendiendo más fácilmente, en su “visión de fondo”, las relaciones dialécticas entre una y otra dimensión de la realidad. Dimensiones referidas al núcleo de la codificación sobre las que incide la operación descodificadora.

Dado que la descodificación es, en el fondo, un acto cognoscente, realizado por los sujetos descodificadores, y como este acto recae sobre la representación de una situación concreta, abarca igualmente el acto anterior con el cual los mismos individuos habían aprehendido la misma realidad que ahora se representa en la codificación.

Promoviendo la percepción de la percepción anterior y el conocimiento del conocimiento anterior, la descodificación promueve, de este modo, el surgimiento de una nueva percepción y el desarrollo de un nuevo conocimiento.

La nueva percepción y el nuevo conocimiento cuya formación ya comienza en esta etapa de la investigación, se prolongan, sistemáticamente, en el desarrollo del plan educativo, transformando el “inédito viable” en “acción que se realiza” con la consiguiente superación de la “conciencia real” por la “conciencia máxima posible”.

Por todo esto se impone una exigencia más en la preparación de las codificaciones, cual es el que representen contradicciones en lo posible “inclusivas” de otras, como advierte José Luis Fiori.[30] Que sean codificaciones con un máximo de “inclusividad” de otras que constituyen el sistema de contradicciones del área en estudio. Es por esto mismo por lo que, una vez preparada una de estas codificaciones “inclusivas” capaz de “abrirse” en un “abanico temático” en el proceso de su descodificación, se preparan las demás “incluidas” en ella como sus dimensiones dialectizadas. La descodificación de las primeras tendrá una iluminación explicativamente dialéctica en la descodificación de la segunda.

En este sentido, un chileno, Gabriel Bode,[31] que hace más de dos años que trabaja con el método en la etapa de posalfabetización, contribuyó con un aporte de gran importancia.

En su experiencia, observó que los campesinos solamente se interesaban por la discusión cuando la codificación se refería, directamente, a dimensiones concretas de sus necesidades sentidas. Cualquier desvío en la codificación, así como cualquier intento del educador por orientar el diálogo, en la descodificación, hacia otros rumbos que no fuesen los de sus necesidades sentidas provocaban su silencio y la indiferencia de aquéllos.

Por otro lado, observaba que, aunque la codificación se centrase en las necesidades sentidas (una codificación no “inclusiva” en el sentido que señala José Luis Fiori) los campesinos no conseguían, en el proceso de su análisis, organizar ordenadamente la discusión, “perdiéndose” la mayoría de las veces, sin alcanzar la síntesis. Así, tampoco percibían o percibían en raras ocasiones las relaciones existentes entre sus necesidades sentidas y las razones objetivas más próximas o menos próximas de las mismas.

Les faltaba, diríamos nosotros, la percepción del “inédito viable”, más allá de las “situaciones límites”, generadoras de sus necesidades.

No les era posible sobrepasar su experiencia existencial focalista, ganando la conciencia de la totalidad.

De este modo, resolvió experimentar la proyección simultánea de situaciones, y la forma en que desarrolló su experimento es lo que constituye el aporte indiscutiblemente importante que hiciera.

Inicialmente proyecta la codificación (muy simple en la constitución de sus elementos) de una situación existencial. A esta codificación la llama “esencial”, aquella que representa el núcleo básico y que, abriéndose en “abanico temático categórico”, se extenderá a las otras, que él designa como “codificaciones auxiliares”.

Una vez descodificada la “esencial”, manteniéndola proyectada como soporte referencial para las conciencias a ella intencionadas, va sucesivamente proyectan-do a su lado las codificaciones “auxiliares”.

Con éstas, que están en relación directa con la codificación “esencial”, consigue mantener vivo el interés de los individuos, que en lugar de “perderse” en los debates llegan a la síntesis de los mismos.

En el fondo, el gran hallazgo de Gabriel Bode radica en que él consiguió proporcionar a la cognoscibilidad de los individuos, a través de la dialecticidad planteada entre la codificación “esencial” y las “auxiliares”, el sentido de la totalidad. Los individuos, inmersos en la realidad, con sólo la sensibilidad de sus necesidades, emergen de ella y, así, adquieren la razón de las necesidades.

De este modo, podrán superar el nivel de la “conciencia real” mucho más rápidamente, logrando así el de la “conciencia posible”.

Si es éste el objetivo de la educación problematizadora que defendemos, la investigación temática, siendo un momento de ella, no puede escapar de este objetivo.

Una vez preparadas las codificaciones y estudiados por el equipo interdisciplinario todos los posibles ángulos temáticos contenidos en ellas, los investigadores inician la tercera etapa de la investigación.

En ésta, vuelven al área para empezar los diálogos descodificadores, en los “círculos de investigación temática”.[32]

En la medida en que hacen operables estos círculos[33] con la descodificación del material elaborado en la etapa anterior, van siendo grabadas las discusiones que serán analizadas posteriormente por el equipo interdisciplinario. En las reuniones de análisis de este material debieran estar presentes los auxiliares de la investigación, representantes del pueblo y algunos participantes de los “círculos de investigación”. Su aporte, al margen de ser un derecho que a ellos cabe, es indispensable en el análisis de los especialistas.

Es así como, tanto sujetos como especialistas, en el tratamiento de estos datos, serán rectificadores y ratificadores de la interpretación de los hallazgos que en la investigación se hagan.

Desde el punto de vista metodológico, la investigación, que desde su inicio se basa en la relación simpática a que nos referimos, tiene además esta dimensión fundamental para su seguridad: la presencia crítica de los representantes del pueblo desde su comienzo hasta su fase final, la del análisis de la temática encontrada, que se prolonga en la organización del contenido programático de la acción educativa, como acción cultural liberadora.

A estas reuniones de descodificación en los “círculos de investigación temática”, además del investigador como coordinador auxiliar de la descodificación, asistirán dos especialistas, un psicólogo y un sociólogo, cuya tarea será la de registrar las reacciones más significativas o aparentemente poco significativas de los sujetos descodificadores.

En el proceso de la descodificación, cabe al investigador auxiliar de ésta, no sólo escuchar a los individuos, sino desafiarlos cada vez más, problematizando, por un lado, la situación existencial codificada y, por otro, las propias respuestas que van dando aquéllos a lo largo del diálogo.

De este modo, los participantes del “círculo de investigación temática” van extroyectando, por la fuerza catártica de la metodología, una serie de sentimientos, de opiniones de sí, del mundo y de los otros que posiblemente no extroyectarían en circunstancias diferentes.

En una de las investigaciones realizadas en Santiago (desgraciadamente no concluida), al discutir un grupo de individuos, residentes en un conventillo, una escena en que aparecían un hombre embriagado que caminaba por la calle y, en una esquina, tres jóvenes que conversaban, los participantes del círculo de investigación afirmaban que “ahí el borracho apenas es productivo y útil a la nación: el borracho que viene de vuelta a casa, después del trabajo, donde gana poco, preocupado por la familia, cuyas necesidades no puede atender”. “Es el único trabajador.” “Él es un trabajador decente como nosotros, que también somos borrachos.”

El interés del investigador, el psiquiatra Patricio López, a cuyo trabajo hiciéramos referencia en nuestro ensayo anterior,[34] era estudiar aspectos del alcoholismo. Sin embargo, probablemente, no habría conseguido estas respuestas si se hubiese dirigido a aquellos individuos con un cuestionario elaborado por él mismo. Tal vez al preguntárselo directamente negaran, incluso, que bebían de vez en cuando. Frente a la codificación de una situación existencial, reconocible por ellos y en la cual se reconocían, en relación dialógica entre sí y con el investigador, dijeron lo que realmente sentían.

Hay dos aspectos importantes en las declaraciones de estos hombres. Por un lado, la relación expresa entre ganar poco, sentirse explotados con un “salario que nunca alcanza” y su borrachera. Se embriagan como una especie de evasión de la realidad, como una tentativa por superar la frustración de su “no-actuar”. Una solución, en el fondo, autodestructiva, necrófila. Por otro lado, la necesidad de valorar al que bebe. Era el “único útil a la nación, porque trabajaba, en tanto los otros lo que hacían era hablar mal de la vida ajena”. Además, la valoración del que bebe, su identificación con él, como trabajadores que también beben. Trabajadores decentes.

Imaginemos ahora el fracaso de un educador del tipo que Niebuhr llama “moralista”, que fuera a predicar a esos hombres contra el alcoholismo, presentándoles como ejemplo de virtud lo que, para ellos, no es manifestación alguna de virtud.

El único camino a seguir, en este caso como en otros, es la concienciación de la situación, intentándola desde la etapa de la investigación temática.

Concienciación que no se detiene estoicamente en el reconocimiento puro, de carácter subjetivo, de la situación, sino que, por el contrario, prepara a los hombres, en el plano de la acción, para la lucha contra los obstáculos a su humanización.

En otra experiencia, de la que participamos, esta vez con campesinos, observamos que, durante toda la discusión sobre una situación de trabajo en el campo, la tónica del debate era siempre la reivindicación salarial y la necesidad de unirse, de crear su sindicato para esta reivindicación y no para otra.

Se discutieron tres situaciones en este encuentro y la tónica fue siempre la misma: reivindicación salarial y sindicato para satisfacer esta reivindicación.

Imaginemos ahora un educador que organizase su programa “educativo” para estos hombres y, en lugar de proponer la discusión de esta temática, les propusiera la lectura de textos que, ciertamente, denominaría “saludables” y en los cuales se habla, angelicalmente, de que “el ala es del ave”.

Y esto es lo que se hace, en términos preponderantes, en la acción educativa, como en política, porque no se tiene en cuenta que la dialogicidad de la educación comienza con la investigación temática.

Su última etapa se inicia cuando los investigadores, una vez terminadas las descodificaciones en los círculos, dan comienzo al estudio sistemático e interdisciplinario de sus hallazgos.

En un primer momento, escuchando grabación por grabación, todas las que fueran hechas de las descodificaciones realizadas, y estudiando las notas tomadas por el psicólogo y por el sociólogo, observadores del proceso descodificador, van arrojando los temas explícitos o implícitos en afirmaciones hechas en los “círculos de investigación”.

Dichos temas deben ser clasificados en un cuadro general de ciencias, sin que esto signifique, no obstante, que aparezcan, en una futura elaboración del programa, como formando parte de departamentos estancos. Sólo significa que existe una visión más específica, más central, de un tema, conforme a su situación en un dominio cualquiera de las especializaciones.

El tema del desarrollo, por ejemplo, aunque situado en el campo de la economía, no le es exclusivo. Recibiría así el enfoque sociológico, el antropológico, así como el enfoque de la psicología social, interesadas en la cuestión del cambio cultural, en el cambio de actitudes, en los valores, que interesan, igualmente, a una filosofía del desarrollo.

Recibiría el enfoque de las ciencias políticas interesadas en las decisiones que envuelven el problema, el enfoque de la educación, etcétera.

De este modo, los temas que fueran captados dentro de una totalidad, jamás serán tratados esquemáticamente. Sería una lástima si, después de investigada la riqueza de su interpretación con otros aspectos de la realidad, al ser “tratados” perdieran esta riqueza, vaciando su fuerza en la estrechez de los “especialismos”.

Una vez realizada la delimitación temática, cabrá a cada especialista, dentro de su campo, presentar al equipo interdisciplinario el proyecto de “reducción” de su tema. En el proceso de “reducción” de éste, el especialista busca sus núcleos fundamentales que, constituyéndose en unidades de aprendizaje y estableciendo una secuencia entre sí, dan la visión general del tema “reducido. En la discusión de cada proyecto específico se van anotando las sugerencias de varios especialistas. Estas, ora se incorporan a la “reducción” en elaboración, ora constarán de pequeños ensayos a ser escritos sobre el tema “reducido”, ora sobre una cosa u otra. Estos pequeños ensayos, a los que se adjuntan sugerencias bibliográficas, son valiosas ayudas para la formación de los educadores-educandos que trabajarán en los “círculos de cultura”.

En este esfuerzo de “reducción de la temática significativa”, el equipo reconocerá la necesidad de introducir algunos temas fundamentales, aunque éstos no fueran sugeridos por el pueblo, durante la investigación. La introducción de estos temas, cuya necesidad ha sido comprobada, corresponde, inclusive, a la dialogicidad de la educación de que tanto hemos hablado. Si la programación educativa es dialógica, esto significa el derecho que también tienen los educadores-educandos de participar en ella, incluyendo temas no sugeridos. A éstos, por su función, los llamamos “temas bisagra”.

Como tales, ora facilitan la comprensión entre dos temas en el conjunto de la unidad programática, ocupando un posible vacío entre ambos, ora encierran en sí las relaciones a ser percibidas entre el contenido general de la programación y la visión del mundo que esté teniendo el pueblo. De ahí que uno de estos temas pueda encontrarse en el “rostro” de las unidades temáticas.

El “concepto antropológico de cultura” es uno de estos “temas bisagra” que liga la concepción general del mundo que el pueblo esté teniendo al resto del programa. Aclara, por medio de su comprensión, el papel de los hombres en el mundo y con el mundo, como seres de la transformación y no de la adaptación.[35]

Realizada la “reducción”[36] de la temática investigada, la etapa que sigue, según ya vimos, es la de su “codificación”. La de escoger el mejor canal de comunicación para este o aquel tema “reducido” y su representación. Una “codificación” puede ser simple o compuesta. En el primer caso, pueden usarse el canal visual, pictórico o gráfico, el táctil o el canal auditivo. En el segundo, multiplicidad de canales.

La elección del canal visual, pictórico o gráfico, depende no sólo de la materia a codificar, sino también de los individuos a quienes se dirige y de si éstos tienen o no experiencia de lectura.

Una vez elaborado el programa, con la temática ya reducida y codificada se confecciona el material didáctico. Fotografías, diapositivas, filmes, carteles, textos de lectura, etc.

En la confección de este material el equipo puede elegir algunos temas, o aspectos de algunos de ellos, y, cuándo y dónde sea posible, usando grabadoras, proponerlos a especialistas como temas para una entrevista a ser realizada con uno de los miembros del equipo.

Admitamos, entre otros, el tema del desarrollo. El equipo elegiría dos o más especialistas (economistas), inclusive podrían ser de escuelas diferentes, y les hablaría de su trabajo invitándolos a dar su contribución en términos de una entrevista en lenguaje accesible sobre tales puntos. Si los especialistas aceptan, se hace la entrevista de 15 a 20 minutos. Se puede, incluso, sacar una fotografía del especialista cuando habla. En el momento en que se propusiera al pueblo el contenido de su entrevista, se diría antes quién es él. Lo que hizo. Lo que hace. Lo que ha escrito, mientras se proyecta su fotografía en diapositivas. Si es un profesor universitario, al declararse su condición de tal se podría discutir con el pueblo lo que le parecen las universidades de su país. Cómo las ve. Lo que espera de ellas.

El grupo sabría que, después de escuchar la entrevista, sería discutido su contenido, con lo que pasaría a funcionar como una codificación auditiva.

Una vez realizado el debate, el equipo haría posteriormente un relato al especialista en torno a la reacción del pueblo frente a su palabra. De esta manera, se estaría vinculando intelectuales, muchas veces de buena voluntad pero las más de las veces alienados de la realidad popular, a esta realidad, y se estaría también proporcionando al pueblo la posibilidad de conocer y criticar el pensamiento del intelectual.

Algunos de estos temas o algunos de sus núcleos pueden ser presentados a través de pequeñas dramatizaciones que no contengan ninguna respuesta. El tema en sí, nada más.

La dramatización funcionaría como codificación, como situación problematizadora, a la que seguiría la discusión de su contenido.

Otro recurso didáctico, dentro de una visión problematizadora y no “bancaria” de la educación, sería la lectura y discusión de artículos de revistas, diarios, capítulos de libros, empezando por trozos simples. Como en las entrevistas grabadas, antes de empezar la lectura del artículo o del libro se hablaría también de su autor. En seguida, se realizaría el debate en torno al contenido de la lectura.

Nos parece indispensable, en la línea del empleo de estos recursos, un análisis del contenido de los editoriales de prensa a propósito de un mismo acontecimiento. ¿Por qué razón los diarios se manifiestan en forma tan diferente sobre un mismo hecho? Que el pueblo, entonces, desarrolle su espíritu crítico para que, al leer los diarios o al oír el noticiario de las emisoras de radio, lo haga no ya pasivamente, como objeto de los “comunicados” que le prescriben, sino como una conciencia que necesita liberarse.

Una vez preparado el material, a lo que se añadirían lecturas previas sobre toda esta temática, el equipo de educadores estará preparado para devolvérsela al pueblo, sistematizada y ampliada. Temática que, saliendo del pueblo, vuelve ahora a él, como problemas que debe descifrar, y no como contenidos que deban serle depositados.

El primer trabajo de los educadores de base será la presentación del programa general de la labor que se iniciará. Programa con el cual el pueblo se identificará, y frente al que no se sentirá como un extraño, puesto que en él se inició.

Fundamentados en la dialogicidad de la educación, los educadores explicarán la presencia en el programa de los “temas bisagra” y de su significado.

¿Cómo hacer, sin embargo, en caso de que no se pueda disponer de los recursos para esta investigación temática previa en los términos analizados?

Con un mínimo de conocimiento de la realidad pueden los educadores escoger algunos temas básicos que funcionarían como “codificaciones de investigación”. Empezarían así el plan con temas introductorios al mismo tiempo en que iniciarían la investigación temática para el desdoblamiento del programa, a partir de estos temas.

Uno de ellos, que nos parece, como ya dijimos, un tema central e indispensable, es el del concepto antropológico de cultura. Sean campesinos u obreros, en programa de alfabetización o de posalfabetización, el inicio de sus discusiones en busca de un mayor conocimiento, en el sentido instrumental de la palabra, es el debate de este concepto.

En la medida en que discuten el mundo de la cultura, van aclarando su conciencia de la realidad, en el cual están implícitos varios temas. Van refiriéndose a otros aspectos de la realidad, que empieza a ser descubierta en una visión crecientemente crítica. Aspectos que implican también otros tantos temas.

Con la experiencia que hoy tenemos, podemos afirmar que si es bien discutido el concepto de cultura, en todas o en la mayor parte de sus dimensiones, nos puede proporcionar varios aspectos de un programa educativo. Pero, más allá de la captación casi indirecta de una temática, en la hipótesis a que ahora nos referimos, los educadores pueden, después de algunos días de relaciones horizontales con los participantes de los “círculos de cultura”, preguntar directamente: “¿Qué otros temas o asuntos podríamos discutir además de éste?” En la medida en que fueran respondiendo, y luego de anotar la respuesta, los educadores lo van proponiendo al grupo también como un problema.

Supongamos que uno de los miembros del grupo dice: “Me gustaría discutir sobre el nacionalismo”. “Muy bien”, diría el educador, después de registrar la sugerencia, y añadiría: “¿Qué significa nacionalismo? ¿Por qué puede interesarnos una discusión sobre el nacionalismo?”

Es probable que con la problematización de la sugerencia, del grupo surjan nuevos temas. Así, en la medida en que todos van manifestándose, el educador irá problematizando una a una las sugerencias que nacen del grupo.

Si, por, ejemplo, en un área donde funcionan 30 “círculos de cultura” en la misma noche, todos los “coordinadores” (educadores) proceden así, el equipo central tendrá material temático rico para estudiar, dentro de los principios discutidos en la primera hipótesis de la investigación de la temática significativa.

Lo importante, desde el punto de vista de la educación liberadora y no “bancaria”, es que, en cualquiera de los casos, los hombres se sientan sujetos de su pensar, discutiendo su pensar, su propia visión del mundo, manifestada, implícita o explícitamente, en sus sugerencias y en las de sus compañeros.

Porque esta visión de la educación parte de la convicción de que no puede ni siquiera presentar su programa, sino que debe buscarlo dialógicamente con el pueblo, y se inscribe, necesariamente, como una introducción a la Pedagogía del Oprimido, de cuya elaboración él debe participar.

Notas:
[1] Siglo XXI Editores, México, 3a. ed., 1972.
[2] Algunas de las reflexiones aquí desarrolladas nos fueron sugeridas en conversaciones con el profesor Ernani María Fiori.
[3] No nos referimos, obviamente, al silencio de las meditaciones profundas en que los hombres, en una forma aparente de salir del mundo, se apartan de él para “admirarlo” en globalidad, continuando en él. De ahí que estas formas de recogimiento sólo sean verdaderas cuando los hombres se encuentran en ellas empapados de “realidad” y no cuando, significando un desprecio al mundo, constituyan formas de evasión, en una especie de “esquizofrenia histórica”.
[4] Cada vez nos convencemos más de la necesidad de que los verdaderos revolucionarios reconozcan en la revolución un acto de amor, en tanto es un acto creador y humanizador. Para nosotros, la revolución que no se hace sin una teoría de la revolución y por lo tanto sin conciencia, no tiene en ésta algo irreconciliable con el amor. Por el contrario, la revolución que es hecha por los hombres es hecha en nombre de su humanización.
¿Qué lleva a los revolucionarios a unirse a los oprimidos sino la condición deshumanizada en que éstos se encuentran? No es debido al deterioro que ha sufrido la palabra amor en el mundo capitalista que la revolución dejará de ser amorosa, ni que los revolucionarios silencien su carácter biófilo. Guevara, aunque hubiera subrayado el “riesgo de parecer ridículo”, no temió afirmarlo: “Déjeme decirle —declaró, dirigiéndose a Carlos Quijano—, a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad”.
Ernesto Guevara, Obra Revolucionaria, Ediciones ERA, 1967. México. pp. 637-636.
[5] Trozo de una carta de un amigo del autor.
[6] Pierre Furter, Educação e vida, Editôra Vozes. Petrópolis, Río, 1966. pp. 26-27.
[7] En una larga conversación con Malraux, declaró Mao: “Usted sabe qué es lo que proclamo desde hace tiempo; debemos enseñar a las masas con precisión lo que hemos recibido de ellas con confusión.” André Malraux, Antimémoires, Gallimard, París, 1967, p. 551.
En esta afirmación de Mao subyace toda una teoría dialógica sobre la constitución del contenido programático de la educación, el cual no puede ser elaborado a partir de las finalidades del educador, de lo que le parezca ser mejor para sus educandos.
[8] Pierre Furter, op. cit., p. 165.
[9] “A fin de unirse a las masas deben conocer sus necesidades y deseos. En el trabajo con las masas es preciso partir de las necesidades de éstas, y no de nuestros propios deseos, por buenos que fueren. Ocurre en ocasiones que las masas necesitan objetivamente alguna reforma, pero la conciencia subjetiva de esa necesidad no ha madurado aún en ella y no se muestran dispuestas ni decididas a llevarla a la práctica. En ese caso tenemos que esperar con paciencia e introducir la reforma sólo cuando. gracias a nuestro trabajo, haya madurado la necesidad en la mayoría de las masas y éstas se encuentren dispuestas y decididas a llevarla a la práctica, porque de lo contrario quedaremos aislados... En ese sentido tenemos dos principios: primero, lo que las masas necesitan en realidad, y no lo que nosotros imaginamos que necesitan; y segundo, lo que las masas están dispuestas y decididas a hacer, y no lo que nosotros estamos dispuestos a hacer en beneficio de ellas.” Mao Tse Tung, El frente unido en el trabajo cultural, en Obras escogidas, Buenos Aires, Platina. 1959, t. II, pp. 424-5.
[10] En el capitulo siguiente analizaremos detenidamente este punto.
[11] En este sentido, es bien contradictorio tanto que los hombres verdaderamente humanista, utilicen la práctica “bancaria”, como el que los hombres de derecha lleguen a empeñarse en un esfuerzo de educación problematizadora. Éstos son siempre más coherente, jamás aceptan una pedagogía de la problematización.
[12] Con igual connotación utilizamos la expresión “temática significativa”.
[13] El profesor Alvaro Vieira Pinto analiza, con bastante lucidez el problema de las “situaciones límites” cuyo concepto aprovecha. vaciándolo de la dimensión pesimista que se encuentra originalmente en Jaspers. Para Vieira Pinto, las “situaciones límites” no son “el contorno infranqueable donde terminan las posibilidades, sino el margen real donde empiezan todas las posibilidades”; no son “la frontera entre el ser y la nada, sino la frontera entre el ser y el ser más (más ser)”. Alvaro Vieira Pinto, Consciencia e realidade nacional, Iseb, Río, 1900, vol. II, p. 284.
[14] Karl Marx, Manuscritos de 1884. Economía, política y filosofía, Editorial Arandu, Buenos Aires, 1968.
[15] A propósito de este aspecto. véase Karel Kosik, Dialéctica de lo concreto, Grijalbo, México, 1967.
[16] En torno a las épocas históricas. véase Hans Freyer, Teoría de la época actual, Fondo de Cultura Económica, México, 1966.
[17] Estos temas se llaman generadores porque, cualquiera que sea la naturaleza de su comprensión como de la acción por ellos provocada, contienen en sí la posibilidad de desdoblarse en otros tantos temas que, a su vez, provocan nuevas tareas que deben ser cumplidas.
[18] El proceso de humanización o de liberación desafía en forma dialécticamente antagónica a los oprimidos y a los opresores. Así, en tanto es, para los primeros, su inédito viable que necesitan concretar, se constituye, para los segundos, en “situación límite” que es necesario evitar.
[19] Esta forma de proceder se observa, frecuentemente, entre hombres de clase media, aunque en forma diferente de aquella que se manifiesta en los campesinos.
Su miedo a la libertad los lleva a asumir mecanismos de defensa y, a través de racionalizaciones, esconden lo fundamental, recalcan lo accidental y niegan la realidad concreta. Enfrente de un problema cuyo análisis remite a la visualización de la “situación límite” cuya crítica les incomoda, su tendencia es quedar en la periferia de los problemas, rechazando toda tentativa de adentramiento en el núcleo mismo de la cuestión.
Llegan inclusive a irritarse cuando se les llama la atención hacia algo fundamental que explica lo accidental o lo secundario, a lo cual le están dando un significado primordial.
[20] La codificación de una situación existencial es la representación de ésta, con algunos de sus elementos constitutivos, en interacción. La descodificación es el análisis crítico de la situación codificada.
[21] El sujeto se reconoce en la representación de la situación existencial “codificada” al mismo tiempo en que reconoce en ésta, objeto de su reflexión, su contorno condicionante en y con que está, con otros sujetos.
[22] Véase Paulo Freire, La educación como práctica de la libertad.
[23] A propósito de la investigación y del tratamiento de las “palabras generadoras”, véase La educación como práctica de la libertad.
[24] “Dado que la investigación temática —dice la socióloga María Edy Ferreira— es un trabajo de preparación, sólo se justifica en cuanto devuelva al pueblo lo que a él le pertenece: en cuanto sea, no el acto de conocerlo, sino el conocer con él la realidad que lo desafía.”
[25] En este sentido Guimarães Rosa es un ejemplo genial de cómo puede un escritor captar fielmente, no la pronunciación, ni su alteración prosódica, sino la sintaxis del pueblo de Minas Gerais, la estructura de su pensamiento.
[26] Lucien Goldman. Las ciencias humanas y la filosofía, Nueva Visión, Buenos Aires, 1967, pp. 107 ss.
[27] André Nicolai, Comportement économique et structures sociales, París. PUF, 1960.
[28] Las codificaciones también pueden ser orales. Consisten, en este caso, en la presentación en pocas palabras, que realizan los investigadores sobre un problema existencial, al que sigue su descodificación.
[29] Las codificaciones, por un lado, son la mediación entre el “contexto concreto o real” en que se dan los hechos y el “contexto teórico” en que son analizadas; por otro, son objeto cognoscible sobre el cual los educadores-educandos, como sujetos cognoscentes, inciden su reflexión crítica.
[30] Trabajo inédito.
[31] Funcionario especializado del Instituto de Desarrollo Agropecuario, INDAP, Santiago, Chile.
[32] José Luis Fiori, en su publicación Dialéctica y libertad: dos dimensiones de la investigación temática, IGIRA, 1969, rectificó con esta designación, refiriéndose al momento en que se procesa la acción investigadora de la temática significativa, a la que antes dábamos el nombre menos propio de “círculo de cultura”, que podría llevar a confusiones con aquel en que se realiza la etapa que sigue a la investigación.
[33] En cada “circulo de investigación” debe haber un máximo de veinte personas, existiendo tantos círculos cuanto sea la suma de sus participantes, constituyendo ésta el 10 % de la población total del área o subárea de en estudio.
[34] Paulo Freire, op. cit.
[35] A propósito de la importancia del concepto antropológico de la cultura. véase P. Freire, La educación como práctica de la libertad.
[36] Si encaramos el programa en su extensión, observamos que éste es una totalidad cuya autonomía se encuentra en las interrelaciones de sus unidades, que son también, en sí, totalidades, al mismo tiempo que son parcialidades de la totalidad mayor.
Los temas, siendo en sí totalidades también, son parcialidades que, en interacción, constituyen las unidades temáticas de la totalidad programática. En la “reducción temática”, que es la operación de “escisión” de los temas en cuanto totalidades, se buscan sus núcleos fundamentales, que son sus parcialidades. De este modo, “reducir” un tema es escindirlo en sus partes para, retornando a él como totalidad, conocerlo mejor.
En la “codificación” se procura retotalizar el tema escindido en la representación de situaciones existenciales. En la “descodificación”, los individuos, escindiendo la codificación como totalidad, aprehenden el tema o los temas en ella referidos. Dicho proceso de ''descodificación”, que en su dialecticidad no acaba en la escisión, que realizan en la codificación como totalidad temática, se completa en la retotalización de la totalidad escindida, a la que no solamente comprenden más claramente. sino que van también percibiendo las relaciones con otras situaciones codificadas, todas ellas representaciones de situaciones existenciales.