Comunicación/Educación

Textos de la Cátedra de Comunicación y Educación

Nombre: jorgehue
Ubicación: Argentina

15 abril 2007

Documento de Cátedra: Espacios sociocomunitarios: un recorrido por los movimientos sociales

Introducción

Las transformaciones constantes de las que son objeto las sociedades modernas instauran en lo cotidiano la necesidad de condensar sentidos reconstruyendo y resignificándolos en ciertos espacios, lugares y relaciones.
Una plaza, una sociedad de fomento, una murga, un partido político, un sindicato, los movimientos sociales, un club de barrio son espacios sociocomunitarios, no ajenos a estas transformaciones, en donde se interpelan sujetos y se producen modificaciones de sus prácticas cotidianas o reafirmaciones de las mismas.
La finalidad que persigue este trabajo no pretende agotar la complejidad de estos escenarios, atravesados por tramas políticas diversas, sino entregar algunos elementos para indagar en problemas de comunicación/ educación. Entonces, el objetivo de este texto será plantear herramientas que faciliten el análisis de espacios sociocomunitarios.
Consideramos como más relevantes y dinámicos a los movimientos sociales y todas sus manifestaciones. Lo pensamos así por creer que éstos son espacios en donde coexisten una multiplicidad de factores que permiten pensar y problematizar las prácticas cotidianas, culturales y políticas. Prácticas que forman sujetos y producen sentidos, que son espacios de interpelación y reconocimiento, donde se empieza a valorar lo comunitario, los lazos y las relaciones interpersonales.
La emergencia de estas formas culturales y políticas se condensan en prácticas alternativas, así como en variados espacios de participación desde donde se producen sentidos y se forman sujetos en un ámbito social que está complejamente atravesado por el individualismo, los códigos del mercado, en definitiva por el contexto social, cultural y económico que vive el país.
Un contexto donde más de la mitad del país vive bajo la línea de pobreza, las necesidades básicas están insatisfechas, los índices de desocupación y marginalidad son notables, el Estado se ha reducido y deja de cumplir con su rol de garante de los derechos universales. En sí, la implantación del modelo neoliberal: un Estado acotado, un sistema laboral flexibilizado en donde las exigencias son cada vez más altas.
La crisis de la sociedad Argentina de los últimos años, ha atravesado a las instituciones formales (la escuela, los partidos políticos, los sindicatos) provocando la falta de legitimidad, la descomposición y la desarticulación de las mismas; lo que conllevó a una crisis de representación que se cristalizó en diciembre de 2001.
En el marco de esta situación de desarticulación y fragmentación social se observa la aparición de nuevos espacios que parecerían ser lugares de participación y de intercambio de prácticas sociales.
Los movimientos sociales son espacios complejos, en donde convive, como decía Gramsci, “lo viejo que se resiste a morir y lo nuevo que empieza a nacer”. Son espacios en donde se dan múltiples relaciones, significaciones y representaciones.
Dentro de esta diversidad, emergen como protagonistas de la etapa de crisis orgánica[1], movimientos sociales de desocupados, que si bien tienen antecedente en nuestra historia, se conforman de una manera diferente, novedosa, caracterizando como actor social y político al trabajador desocupado.
Para tener un criterio en la descripción, diremos que los movimientos sociales se diferencian entre sí por:
- la construcción y valoración que hacen del poder;
- la relación más afín o más crítica con respecto al gobierno;
- los modos de tomar decisiones, tendiente a lo vertical o a lo horizontal;
- su apuesta o no a la educación popular y formación de las personas;
- la división de tareas, y de áreas de trabajo (productivos, mercadería, gestión, administración, etc.);
- la capacidad o no de articulación con otras organizaciones (horizonte político).

¿Cómo y cuándo surgen?

El modelo neoliberal se consolida durante la última dictadura militar, logrando modificar las relaciones sociales con un régimen de terror, de desapariciones de personas y de censura; la completa desarticulación del Estado y de las industrias (principalmente de capitales nacionales), la implantación del mercado y su lógica de competencia; lo cual no sólo sirvió para disciplinar la sociedad, sino que resultó una pieza fundamental del reordenamiento social luego de la crisis del Estado benefactor y de los regímenes democráticos. En términos de Oscar Ozlak, los cambios operados –en particular la estrategia del mercado –
“...cumplía funciones de desarticulación social, atomizando a los individuos, promoviendo su mutua competencia, destruyendo sus formas organizativas, resignificando identidades sociales y políticas”.[1]
Durante la década del 80 se lograron conquistas en el ámbito de los derechos humanos pero el llamado campo popular, o la sociedad civil, no logró reorganizarse con la fuerza que tuvo una década atrás. En el terreno económico tampoco se logró una recuperación. En el mundo ya no se hablaba de economías nacionales, sino que tomaría más fuerza lo que hoy se conoce como capital trasnacional y estado de la empresa.
En la década del 90, las privatizaciones, el “uno a uno”, “la apertura económica”, el achicamiento del estado, tienen repercusiones muy fuertes en el tejido social, que continuando con las políticas implantadas en décadas anteriores, profundizan el desmembramiento de las organizaciones populares, la apatía y la crisis estructural, que como se mencionó mas arriba, tiene su punto de ebullición en diciembre de 2001.
Sin embargo, se pueden ver esbozos de espacios que se estaban pensando con características diferentes a las viejas formas de hacer política. A principios de los 90 aparecen comedores, bibliotecas populares, huertas y otros espacios comunitarios como una respuesta a dos cosas fundamentales: la gran crisis económica y la falta de espacios de participación y contención.
Luego de las elecciones de 1995 los conflictos no se detienen, sino por el contrario se continúan y se extienden. Sumándose a este proceso surgen nuevos protagonistas de las luchas como maestros, estatales, desocupados, jóvenes, etc. En 1997 como consecuencia de las privatizaciones y la falta de empleo estas formas incipientes toman una carácter político más contundente: cortes de ruta y puebladas en demanda de empleo y pago de salario se producen en todo el territorio nacional.
Este dinámico sector de trabajadores ya no se concentra en las fábricas, debido a que muchas de ellas han desaparecido o en caso contrario han reducido la cantidad de mano de obra requerida. Ya no se organizan mediante el sindicato, puesto que la mayoría trabaja en negro, y cuando no, la alta flexibilización y la desocupación convierten al lugar de trabajo en un ámbito sumamente hostil a cualquier forma de organización.
Este componente de la clase trabajadora (los desocupados, los trabajadores en negro, subocupados), se va organizando en el barrio donde vive, desde la escuela, la parroquia, el comedor, la asociación vecinal, etc., y como organización comunitaria, va definiendo y construyendo su propio territorio: la nueva “fabrica” es el mismo barrio.
Los reclamos parten de las necesidades más inmediatas y apelan al Estado. En este proceso de confrontación comienza a surgir la represión hacia alguno de estos grupos. La identidad que construyen no está, en principio, alineada con alguna de las identidades vigentes ya que los nuevos movimientos surgen por afuera de las estructuras partidarias tradicionales.
Con De la Rua en el gobierno, se congeló durante 5 años el gasto público primario en las provincias lo que motivó a que se comenzaran a emitir cuasi monedas. Estos papeles cubrieron el agujero financiero que se iba agrandando a medida que la recesión se profundizaba y la recaudación de impuestos caía en picada. La resistencia que se había desarrollado durante el período menemista se profundiza en todas sus formas.
Los índices de desocupación y pobreza alcanzan su pico máximo durante este período llevando a una basta parte de la población a vivir en condiciones de pobreza extrema: sin salud, sin educación, sin alimento, sin vivienda. En este escenario de un país saqueado surgen con más fuerza los movimientos de desocupados que se organizan en el territorio cumpliendo de esta forma con el rol que el Estado ha dejado de cumplir.
Estos movimientos además de utilizar el piquete como forma de lucha también construyen comedores, emprendimientos productivos, núcleos de organización en las zonas más marginales de la sociedad.
Durante el último año del ya debilitado gobierno de De la Rua la crisis económica se agravó y se planteaban dos alternativas: devaluación o dolarización de la economía. Domingo F. Cavallo anuncia un paquete de medidas que comprendía la finalización del plan de convertibilidad, el cierre del mercado financiero, la retención de los depósitos bancarios por falta de liquidez monetaria entre otras medidas, que sumado a la situación de crisis social, produjeron un estallido social que pondría fin al gobierno de la Alianza.
A partir de esa fecha las organizaciones sociales toman un carácter importantísimo. Asambleas vecinales, organizaciones de desocupados, estudiantes. Todos discutían en la plaza en la esquina del barrio, en la sociedad de fomento, en el comedor, qué hacer. Sin embargo estas formas de participación activa que integraban a varios sectores de la sociedad, se termina diluyendo y quedan organizados los sectores mas golpeados, los desocupados.

El nuevo actor social

En los últimos años el actor social protagonista ha cambiado. El antiguo obrero es ahora el desocupado o el marginado. No es un “desclazado” si no que por la situación en que vive y la capacitación que posee, parece estar marginado, excluido del mercado laboral.
Este sujeto empieza a buscar nuevos espacios de participación, de producción, de articulación. Una de las formas de plasmarse es a través de los comedores comunitarios, que funcionan resolviendo la primera necesidad y como lugar en donde se intercambian prácticas políticas y simbólicas en donde el sujeto se reconstituye y se repiensa como tal. Forma parte del comedor, participa en la discusión de la asamblea, forma parte de los talleres que se organizan, discute con otros “compañeros y compañeras” para solucionar problemas compartiendo sus experiencias cotidianas. Sale a la calle a reclamar, ve que no está solo y en ese proceso se define como sujeto político, se piensa como parte de un colectivo y reclama por lo que cree que le corresponde. Redefine sus lazos con su pares y con la sociedad en su conjunto; mide sus fuerzas y se organiza. El sujeto que forma parte de estos espacios ha sido caracterizado como un actor político, un actor social, que es capaz de organizarse en forma permanente y de plantear objetivos apuntados a transformar la sociedad:
“desarrollando procesos continuos de lucha y, simultáneamente, la conciencia política popular, entonces pueden considerarse como tales a una amplia gama de organizaciones barriales, sindicales, campesinas, indígenas, de mujeres, religiosas, etc. (…) Los actores son en realidad sociopolíticos, ya que las actividades de todo actor social tienen un contenido político, y viceversa. La distinción conceptual entre actores sociales y políticos no alude a la existencia de dos tipos de actores; responde, fundamentalmente, a una necesidad gnoseológica para el estudio del movimiento social y el comportamiento y proyección de los diversos actores que lo conforman y se generan, desarrollan o disuelven en él.”[1]
Comedores, huertas, copa de leche, bibliotecas populares empiezan a hacerse visibles en los territorios; en los barrios, donde confluyen mujeres, ancianos, antiguos obreros fabriles, jóvenes y niños. Los planes sociales, salida de emergencia del gobierno ante la crisis, empiezan a ser un motivo aglutinante.
“En los nuevos movimientos de desocupados los nuevos protagonistas son mujeres jefas de hogar y jóvenes, la mayoría de los cuales nunca tuvo un empleo fijo, ni una experiencia de lucha. El impulso inicial que los moviliza son los planes de empleo y comedores comunitarios. A partir de esa convocatoria, que es común a todos los movimientos, se bifurcan distintas realidades donde la lucha, lo productivo, lo formativo y la articulación con distintos sectores sociales tiene distinta valoración”.[2]
En líneas generales se puede afirmar que todos se nuclean en asambleas para organizarse en los barrios y decidir sobre sus problemas. En algunos movimientos se tiene dirigentes y en otros se apuesta a la formación de referentes, que promueven la democracia de base (es decir la toma de decisiones “de abajo hacia arriba”). Éstas representan distintas formas de encarar un proceso de construcción colectivo que tienen encarnizado un proyecto de país y una visión de mundo.
Los espacios sociocomunitarios centran su estrategia en la acción colectiva; en aquello que se gana por la lucha, por las movilizaciones, por los piquetes. Se comparten, se socializan los recursos conseguidos, los cuales no les pertenecen a nadie, sino al movimiento en su conjunto.

¿Identidad piquetera?

En las organizaciones sociales se conforman polos de identidad, donde se empiezan a configurar otro tipo de relaciones sociales. Son lugares de encuentro con un “otro” que tiene una problemática en común, lo que lo convierte en un “nosotros” que empieza a romper la fragmentación.
En las organizaciones se promueven valores de igualdad, solidaridad, compromiso mutuo y también de alegría en el trabajo y relación con los otros. La identidad constituye la dimensión subjetiva de los actores sociales. Un sujeto se define en relación a los otros y a su entorno. La identidad se carga con la imagen del otro. La interacción entre diferentes elementos de la cultura carga de identidad esa imagen. Esos elementos como la familia, el trabajo, el Estado, sus pares y el resto de la sociedad forman parte y atraviesan a estos sujetos. Lo condicionan en sus prácticas cotidianas y en la forma en como éste se constituye como sujeto, tanto en forma individual como colectiva.
Se puede pensar a este “ser piquetero” desde múltiples atravesamientos culturales en donde la identidad es el elemento de una cultura distintamente internalizada como hábitus o como representación social. La identidad se transforma en la medida en que se confronta con otras identidades sociales, tiene un carácter intersubjetivo y relacional; resulta de un proceso social. Es en este proceso de interacción social en donde existe una relación de luchas y contradicciones. De este modo la identidad puede ser analizada en términos de representaciones sociales. Ya que tiene que ver con las representaciones que realiza el sujeto de si mismo y de los grupos a los cuales pertenece.
Con la aparición de estos nuevos actores sociales aparecen nuevas configuraciones de la identidad. En nuestra región las identidades colectivas están íntimamente vinculadas al trabajo, o a su forma negativa: la falta de trabajo. Por lo cual, creemos que, es desde estos dos polos que el sujeto de clase forma su visión y percepción del mundo. Decimos que es de clase ya que éste se ve y se reconoce a si mismo como un trabajador en situación de desocupación.
Los planes sociales, son considerados al interior de estas organizaciones, como un mal intento del estado de solucionar la crisis, pero también sirven para recuperar la cultura del trabajo ya que cada beneficiario presta una tarea dentro del comedor por el plan que percibe y eso es visto en términos de trabajo.
El piquete ha sido una herramienta de protesta, utilizada desde hace muchos años, en diferentes países y contextos. Por lo general se denominaban piquetes de fábrica a las barricadas organizadas por los obreros para impedir el trabajo como modo de protesta. En la Argentina comenzaron en las décadas del 80 y 90 en el partido de La Matanza. Eran por entonces asentamientos “villeros” que reclamaban no ser desalojados de los terrenos fiscales que ocupaban. También se han registrado algunas experiencias en Quilmes. Los piquetes alcanzan su grado de masificación a fines de los 90 con los conflictos de Cutral-Có , Tartagal y Mosconi.
Esta medida de protesta (cortar ruta) es una forma de reclamar trabajo genuino al Estado obstruyendo la circulación de bienes y mercancías ante la inexistencia de fábricas para hacer huelgas y cortar la producción en caso de conflicto laboral. Los movimientos populares, la han tomado como una de la herramientas centrales de lucha, como forma de alcanzar sus reclamos, como forma de construir lo colectivo. Cada uno de los logros alcanzados por estos actores ha sido parte de un proceso de lucha, de organización, de una convocatoria común, fruto del piquete.
El ser parte de este grupo, esta cargado de un capital simbólico. Caracterizados como "desocupados", "desempleados", y hasta "delincuentes" los piqueteros son actores que construyen una identidad colectiva, y una de las formas en que ésta se ve reflejada es en la protesta social. La demanda social, política, económica se transforma en parte constitutiva de la identidad. Es en esa disputa, a nivel simbólico, que se forja la diferencia.
Los medios de comunicación cumplen un rol fundamental como uno de los mediadores en la configuración de la identidad, tanto hacia adentro de las organizaciones como hacia “afuera”, produciendo sentido. Éste se ve reflejado en la aceptación o rechazo por parte de la opinión pública de las medidas de lucha, las que toman un cariz positivo o negativo según lo que la agenda setting y los momentos políticos pongan de manifiesto.
Un forma de analizar esta situación puede ser desde el concepto de “identidad atribuida”[1]“. Romero explica la identidad atribuida como “lo que el “otro” piensa de nosotros”, lo que contribuye en mayor o menor medida a definir a ese “nosotros”. La idea que se hace “el otro” surge de la confluencia de experiencias e ideologías. Implica una imagen de la sociedad y de los lugares asignados a sí mismos y a los otros. Implica también unos caracteres atribuidos a ese otro: atributos, comportamientos, ideas. La identidad atribuida no es necesariamente asimilada, pero difícilmente es ignorada.
Tanto los medios de comunicación como el Estado atribuyen cierta identidad a los movimientos de desocupados. Cumplen una tarea educativa en dos fases, destruyen una identidad, y construyen otra que proponen como válida. Esta función educativa implica paralela y simultáneamente formar a los actores, adecuarlos y adaptarlos para desempeñar la función asignada en la sociedad. Por otra parte, también es posible reconocer los antagonismos sociales que confrontan las visiones del mundo de diversos sectores sociales. Aquí el “miedo” como un factor potenciado desde los medios de comunicación, se constituye en un instrumento revelador de la ideología.
El piquete fue tan significativo que la identidad de los movimientos y de sus integrantes se construía a partir del “SER PIQUETERO” y en comedores, asambleas, marchas, discusiones estaba presente este espíritu. En la actualidad, la situación se ha modificado.
Las prácticas sociales también pueden ser entendidas desde el concepto de acción colectiva. Alberto Melucci, la define del siguiente modo:
“la acción colectiva es considerada resultado de intenciones, recursos y límites, con una orientación construida por medio de relaciones sociales dentro de un sistema de oportunidades y restricciones. Por lo tanto, no puede ser entendida como el simple efecto de precondiciones estructurales, o de expresiones de valores y creencias”[2].
En su modo de pensar esta acción colectiva se hace tangible que las distintas organizaciones difieren en su modo de pensar lo reivindicativo y lo político: algunos se plantean sólo desde el punto reivindicativo, otros sólo desde la cuestión política, y otros ven que lo reivindicativo no puede deslindarse de lo político.

Movimientos sociales, comedores y participación

El concepto de participación implica tres aspectos fundamentales:
· Formar parte, en el sentido de pertenecer,
· Ser integrante, tener parte en el desempeño de las acciones,
· Tomar parte, influir a partir de la acción.
Es en definitiva tomar parte en algo, asociándolo al término "compartir" en lo que respecta a proyectos, ideas, propuestas, es hacer con alguien, poner en común, aprender a trabajar en grupo.
Los comedores son una de las formas más visibles que se han dado estos espacios para construir sus bases de organización. Funcionan como el lugar en donde se producen nuevas prácticas que intentan superar el asistencialismo estatal, para inscribirse en una lógica de transformación, de generación de nuevos lazos, proyectos, identidades y representaciones. Están en relación directa con esta concepción de participación, de poner en común, de aprendizaje mutuo y constante.
Cuando aparece un comedor, lo primero que se busca es paliar la necesidad primaria; el hambre. Sin embargo, lo que involucra esta situación ya trae aparejado una práctica colectiva; de discusión, división de tareas y toma de decisiones: juntarse para conseguir los alimentos, discutir cómo hacerlo, cocinar, juntar la leña, compartir una charla en torno del fuego, de la olla y otras tareas que se desprenden y están presentes en el quehacer cotidiano.
Parece no importar el lugar en dónde funcione ni cómo sea su apariencia física; la casa de un vecino, un descampado, una construcción precaria, todos se plantean como espacios simbólicos, espacios sociales atravesados por multiplicidad de rasgos culturales.
Se piensa al comedor no como simple “comedero”; sino como un lugar más amplio en donde transitan sujetos y existe la posibilidad de generar espacios de circulación de sentidos. Allí funcionan y se generan actividades que apunta a deconstruir las formas de marginación y fragmentación. Tienen la intención de generar que cada uno de los hombres que allí participan encuentren un espacio de formación, de trabajo, de dignificación.
Es desde estos comedores en donde se dan prácticas que “forman sujetos y producen sentidos”. Es en este espacio en donde se discute, se cocina, se comparte, se construye nuevos lazos, nuevas relaciones, en definitiva nuevos sujetos.

¿Clientelismo o nuevas prácticas?

Los movimientos sociales se diferencian de los partidos, por estar en movimiento, en constante cambio y re-configuración, por tener mayor flexibilidad, a diferencia de un partido que tiene una carta orgánica, una estructura jerárquica. En los movimientos hay criterios que surgen de la práctica diaria, de aciertos y errores, decisiones consensuadas en las asambleas, de una visión de país que se va discutiendo constantemente. La principal diferencia es la manera de pensar la política. Para las organizaciones sociales la política se piensa en términos de participación ciudadana desde las prácticas cotidianas, mientras que para las viejas formas adoptan una forma de intercambio clientelar.
La cooptación y el clientelismo han existido a lo largo de nuestra historia, desde las tierras provistas por Rosas, los puestos públicos de Irigoyen y los sindicalistas del peronismo en adelante. En la actualidad estas formas siguen existiendo. El cambio del voto (un servicio) por un bien material fue, durante las últimas dos décadas, moneda corriente en los sectores más necesitados. Éste es un método que las viejas estructuras partidarias reprodujeron y aún reproducen sin tener en cuenta al otro, anulando las posibilidades de las personas de reconocerse como sujetos históricos y autónomos, de reconocer su poder como parte de la sociedad.
En la circulación de favores, de intercambio cotidiano, se ha generado un conjunto de percepciones que justifican la distribución personalizada de bienes y servicios naturalizando y haciendo transparente esta práctica. En este marco no se visualiza un proceso de construcción colectiva, de discusión política, que les permita a estos “clientes” problematizar su práctica, su realidad y tomar herramientas para poder dignificarse como sujetos de clase.
Es necesario tener bien presentes cuál es la diferencia entre un espacio comunitario y un espacio clientelar. Que existan nuevas formas de construcción, no quiere decir que las formas clientelares hayan dejado de existir. Por un lado, los partidos tradicionales en la Argentina siguen siendo los mayoritarios y por otro lado, los movimientos sociales todavía viven en un alto grado de fragmentación y no han podido construir una alianza de clases lo suficientemente sólida que les permita llevar adelante un proyecto general que erradique estas viejas formas.

A modo de síntesis

Los movimientos sociales, de la forma en que hoy los conocemos, son propios de este momento histórico de crisis orgánica, de pérdida de confianza en las salidas uniformes y los proyectos universales, que presentan complejidades y atravesamientos. En situación de exclusión, pobreza y desánimo buscan construir poder, salidas colectivas. Paridos en el descreimiento de las soluciones mágicas, de las recetas hechas, sus proyectos no se acaban en los planes sociales sino que se pueden visualizar configuraciones de mundo, de la política, de la cultura y del cómo transformar la sociedad
Estas organizaciones, diferentes entre sí, interpelan a los sujetos con prácticas y discursos referidos a la organización, al trabajo, a las necesidades tanto materiales como simbólicas, a valores como la solidaridad, el respeto mutuo, y en torno a la importancia de la acción colectiva para conseguir las transformaciones y salir de la situación de marginalidad estructural.
En este contexto los sujetos reconocen en las organizaciones un espacio real y simbólico donde pueden resignificarse a si mismos y a sus prácticas; pensarse dentro de un colectivo. Estas organizaciones por lo tanto producen sentido y forman sujetos. Se producen cambios hacia adentro de los sujetos, en términos de su valoración como actores con “un poder hacer” y hacia fuera en términos de una reafirmación de un “nosotros” que se plasma en las prácticas cotidianas que tienen visibilidad pública.
Las organizaciones configuran en sus prácticas y discursos un “nosotros” que es antagónico con un “otro” que no comparte el mismo “proyecto común”, el del campo popular. En este sentido, “el otro” es aquel que perpetúa la situación de pobreza y exclusión. El Estado juega un papel importante en las definiciones que cualquiera de los dos adopten como sujeto político en la lucha por el poder. Mientras tanto es a él a quien van dirigidos los reclamos.
Es interesante de analizar que estos espacios no tienen la formalidad institucionalizada pero trabajan con otras modalidades instituyentes como los talleres de formación, las charlas de lo cotidiano, las discusión y la toma de decisiones colectivas, las marchas, los grupos de trabajo, la división de tareas. Es decir se problematiza lo naturalizado. Ésta es la forma en que se visualizan las diferencias entre las viejas formas de hacer política y las nuevas que operan desde lo instituyente.
Sin embargo al ser expresión de “lo nuevo que no termina de nacer y lo viejo que no resiste a morir” hay interrogantes que no están saldados, sino que son una invitación a discutir
¿Cómo opera en el nuevo sujeto el discurso del opresor? ¿Qué prácticas arcaicas persisten todavía? ¿Su habitus genera prácticas que pueden entenderse como reproductoras?.
La manera de construcción es diferente en cada territorio, en cada movimiento, implican distintas lecturas, distintas formas de concebir esa salida. En esta aproximación que intentamos realizar otra pregunta que queda latente es si se podrán saldar estas diferencias para una construcción de una verdadera alternativa que dispute hegemonía o si terminarán siendo cooptados, institucionalizados o dispersando sus fuerzas.

Bibliografía

Antonio Gramsci, Notas Sobre Maquiavello. Editorial S XXI
Horacio Quiroga (compilador), Proceso, crisis y transición democrática/1. Biblioteca Política Argentina, CEAL 1984
Isabel Rauber, “Pasado y Presente del XXI”, en Actores Sociales, Luchas Reivindicativas y Política Popular Quinta Edición (Digital), 2001. Pg 10, 11
Alberto Melucci, Acción colectiva, vida cotidiana y democracia, México, Ed. El colegio de México.
Auyero, Javier, La protesta. Retratos de la beligerancia popular en la Argentina Democrática, Libros del Rojas, Universidad de Buenos Aires, abril 2002.
Auyero Javier, La Política de los Pobres, Editorial Manantial.
Villareal, Juan, La exclusión social, Grupo editorial Norma/ FLACSO. 1998
Bourdieu, Pierre, El oficio del sociólogo, Ed. Siglo XXI, Bs.As., 1992