Jesús Martín-Barbero: Los inicios de la modernidad
Fragmento de la entrevista en el Diario Clarín al Dr. Jesús Martín-Barbero. El entrevistador fue Daniel Ulanovsky Sack, y fue publicado el 14 de octubre de 1990 (páginas 14 y 15).
Las brujas pusieron en jaque a la cultura moderna
-¿Por qué vinculás la quema de brujas durante los siglos XVII y XVIII con la disputa entre la cultura popular y la cultura letrada?
-Cuando terminaba la Edad Media y empezaba a formarse el capitalismo, el mundo occidental no respondía a una sola forma de pensar ni a una sola lógica. Cada terruño tenía sus saberes particulares. Pero la idea de racionalidad ya estaba en ascenso: se buscaba cómo producir mejor y más rápido y se trataba de uniformar costumbres entre regiones diferentes para que la tradición local -basada en experiencias, historias y mitos ancestrales- dejara paso a un saber único y lógico. La brujería era un escollo porque ponía en juego la supremacía del nuevo poder. Mientras los hombres letrados endiosaban la razón, las hechiceras hacían gala de su conocimiento de alquimia, de plantas y de energías especiales para explicar -y solucionar, si era posible- los problemas de la vida diaria. El pueblo les creía y la gente cultivada se veía obligada a «competir» con ellas para ver cuál de los dos saberes era mejor. Además las brujas no respondían a ninguna jerarquía: cada una ofrecía sus conocimientos, pero nadie les podía tomar examen.
-¿Esa «independencia» era peligrosa para el pensamiento científico que empezaba a desarrollarse?
-Claro. Significaba que una parte de la sociedad no aceptaba esas innovaciones y se mantenía al margen de ellas. Por otra parte, el saber racional era muy incipiente y aún temía los poderes de las brujas, al punto tal que reconocía sus fuerzas y en ningún momento se burlaba de ellas. Al contrario, las perseguía porque eran poderosas. Es interesante ver cómo se condenaba a las hechiceras en aquella época: un campesino, por ejemplo, testimoniaba sobre la muerte de una vaca o sobre el desarrollo de una nueva plaga. Luego, el tribunal hacía referencias al demonio o a fuerzas maléficas, pero no se comprobaba, en el sentido actual del término, la culpabilidad de la bruja. La sola aparición del mal justificaba el castigo. Otro hecho interesante es que la cultura racional estaba manejada por hombres, en tanto el saber misterioso de la magia era patrimonio, principalmente, de las mujeres. ¿Acaso no se suele contraponer el poder de seducción femenino con la fría lógica del hombre? Las brujas, además, surgían de sectores populares, en tanto para ser parte de la «cultura culta» se necesitaba pertenecer a la nobleza o a la burguesía.
Las brujas pusieron en jaque a la cultura moderna
-¿Por qué vinculás la quema de brujas durante los siglos XVII y XVIII con la disputa entre la cultura popular y la cultura letrada?
-Cuando terminaba la Edad Media y empezaba a formarse el capitalismo, el mundo occidental no respondía a una sola forma de pensar ni a una sola lógica. Cada terruño tenía sus saberes particulares. Pero la idea de racionalidad ya estaba en ascenso: se buscaba cómo producir mejor y más rápido y se trataba de uniformar costumbres entre regiones diferentes para que la tradición local -basada en experiencias, historias y mitos ancestrales- dejara paso a un saber único y lógico. La brujería era un escollo porque ponía en juego la supremacía del nuevo poder. Mientras los hombres letrados endiosaban la razón, las hechiceras hacían gala de su conocimiento de alquimia, de plantas y de energías especiales para explicar -y solucionar, si era posible- los problemas de la vida diaria. El pueblo les creía y la gente cultivada se veía obligada a «competir» con ellas para ver cuál de los dos saberes era mejor. Además las brujas no respondían a ninguna jerarquía: cada una ofrecía sus conocimientos, pero nadie les podía tomar examen.
-¿Esa «independencia» era peligrosa para el pensamiento científico que empezaba a desarrollarse?
-Claro. Significaba que una parte de la sociedad no aceptaba esas innovaciones y se mantenía al margen de ellas. Por otra parte, el saber racional era muy incipiente y aún temía los poderes de las brujas, al punto tal que reconocía sus fuerzas y en ningún momento se burlaba de ellas. Al contrario, las perseguía porque eran poderosas. Es interesante ver cómo se condenaba a las hechiceras en aquella época: un campesino, por ejemplo, testimoniaba sobre la muerte de una vaca o sobre el desarrollo de una nueva plaga. Luego, el tribunal hacía referencias al demonio o a fuerzas maléficas, pero no se comprobaba, en el sentido actual del término, la culpabilidad de la bruja. La sola aparición del mal justificaba el castigo. Otro hecho interesante es que la cultura racional estaba manejada por hombres, en tanto el saber misterioso de la magia era patrimonio, principalmente, de las mujeres. ¿Acaso no se suele contraponer el poder de seducción femenino con la fría lógica del hombre? Las brujas, además, surgían de sectores populares, en tanto para ser parte de la «cultura culta» se necesitaba pertenecer a la nobleza o a la burguesía.
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